Un perro entra en una oficina de telégrafo, toma un formulario en blanco y escribe: < Guau guau guau. Guau, guau. Guau. Guau, guau, guau >. El empleado examina el papel y le dice respetuosamente al perro: «- Aquí hay sólo nueve palabras. Puede enviar otro < Guau > por el mismo precio». El perro se muestra confundido y responde: – «Pero eso no tendría ningún sentido «. Este surrealismo de Richard Wiseman, en su «Rarología», se queda corto comparado con las rarezas del fútbol. Si no, una muestra inicial cuando en abril de 2007 el árbitro brasileño Ubiraci Damasio mostró tarjeta al jugador Cleberson, en un partido entre el Cabofriense y el Botafogo, por un beso que el defensa estampó, inesperadamente, al citado árbitro. Más tarde, él árbitro aclaró que la tarjeta no había sido por el beso sino por una fuerte falta. Pero hasta que se aclaró fue noticia llamativa en las crónicas deportivas. Seguramente también acabará aclarándose por qué un entrenador brasileño, hace tan solo un mes, castigaba a sus jugadores de manera que debían entrenar con un camisón de su mujer encima de la camiseta. Mejor no dar nombres.
Es inaudito que se sigan haciendo plantillas de 25 profesionales en los clubes de fútbol cuando la mayoría de ellos están prácticamente arruinados, o a punto. Del mismo modo que siguen celebrándose contratos millonarios a jugadores y cruzándose comisiones por doquier por futbolistas que se siguen fichando a golpe de vídeo, o de informe de corredor, o vaya Vd., a saber por qué oscuras razones. Luego, pasado un tiempo, te enteras que en muchas ocasiones los buenos jugadores fichados pertenecen al patrimonio particular del presidente, mientras que los malos o con pocas plusvalías se contabilizan en el balance de los clubes. Entretanto, ruegan a los aficionados que vayan al campo a animar a «su equipo» (No al de los aficionados sino al del presidente porque tiene todas las acciones) encontrándose con la respuesta exacta: Las gradas semivacías y cada vez más alejamiento de aficionados.
Y eso que en una encuesta del 2007, hacia el mes de mayo, se aseguraba que los aficionados piensan en fútbol cada 12 minutos, al menos en el fútbol inglés. Los futboleros piensan en el fútbol unas 80 veces al día, de media, o sea, cada doce minutos como asegura la empresa británica Virgin Money. Estas cifras se elevan si el club en cuestión juega una competición importante o intenta evitar el descenso. Se encuestó a 2.000 aficionados y de su tiempo, restando unas ocho horas de sueño, había fans del Sheffield United que piensan en su club, unas 110 veces al día, los que más; le siguen los del Charlton unas 104 veces porque en aquel momento estaban al límite del descenso. Luego le seguían el Chelsea (90 veces); el Liverpool de Rafa Benítez en cuarto lugar (81 veces) y así sucesivamente llegando al Manchester United (71 veces) y en la cola se situaba el Evento con 43 veces al día. Según el portavoz de Virgen Money, el viejo eslogan es: «Come fútbol, duerme fútbol, bebe fútbol y debería ser piensa fútbol también».
No parece lógico que el penalti fuera inventado por un portero. Aparentemente no tiene mucho sentido. Pero ahí está la historia, al parecer en 1885 un tal William McCrum era el propietario de un molino y, para disfrute de sus trabajadores, había fundado dos sociedades deportivas, siendo él el portero del equipo de fútbol. Escandalizado por la excesiva violencia del juego, introdujo el tiro libre sin barrera desde los 12 metros. Ese golpe de castigo revolucionó el fútbol ya que en 1889 la medida fue adoptada por la Federación Irlandesa de Fútbol; y poco después, en 2 de junio de 1891, por la Federación de Gran Bretaña. El inventor del penalti falleció en 1932, sin halagos y muy pobre en Milford, un pequeño pueblo del Condado de Armgh (Ard Mhacha), en el Norte de Irlanda y que no alcanza los 400 habitantes. Estas gestas pioneras parecen mentira…
Como la historia que cuenta Miguel Bayón, novelista y periodista. Su última novela apareció en 2002, titulada «Mulanga». En una escena descrita en el libro, los jugadores de un equipo mean en corro en el círculo central para marcar el territorio. Cosas así, al parecer, se pueden ver con alguna normalidad en África, de vez en cuando cae una rayo que afecta misteriosamente sólo a una mitad del campo y por tanto a un solo equipo. Asegura Bayón que «si un viajero se asoma al fútbol africano echará de menos el orden y los «tiquismiquis» que caracterizan al fútbol de cualquier nivel en Europa. Pero de inmediato verá que el público aplaude los detalles, es decir, la belleza… Pero África se sustenta en que las cosas allá no son así, el aprendizaje no es así, la memoria y los reflejos paulovianos son de otra manera. La fe puede con todo. Una fe que es una esperanza. Y una esperanza que es una poesía. Porque ésa es la esencia del fútbol africano: su carácter poético».
Lo que no se podría imaginar es lo que ocurrió hace una semanas durante el partido entre Costa de Marfil y Malawi, cuando al menos 22 personas murieron en el estadio Felix Houphouet-Boigny de Abiyán, la capital de Costa de Marfil, durante una avalancha humana en pleno encuentro clasificatorio para el Mundial de Sudáfrica 2010. Encima, la policía, creyendo que se trataba de una reyerta, utilizó gas lacrimógeno lo que incrementó la confusión en el estadio donde había 50.000 espectadores. Como decía Miguel Bayón antes sobre el fútbol en África: «Sociológicamente, puede parecerse a lo que antes eran los toros en España: un chaval soñaba con triunfar en la Monumental o en la Maestranza y ese sueño era también lo que los cursis llaman ahora «promoción social». Pero igual que el maletilla no buscaba sólo el bienestar material, sino también la gloria y la belleza, los africanos insisten en demostrarnos, mientras rueda un balón, que la fantasía, el juego, nos hacen no sólo sobrevivir, sino sobre todo vivir».
De alguna manera lo confirma, seguramente sin conocer el anterior punto de vista, Mario Vargas Llosa, en un debate sobre Cultura y Deporte celebrado en el Ateneo de Madrid y organizado por la Fundación del Madrid dentro del Foro Luis de Carlos, a finales de 2007, reflexionaba: «Cuando yo era joven había diferencia entre el fútbol europeo, más táctico, estratégico y de quipo, y el fútbol americano, más creativo, en especial el brasileño, que tanto nos gustaba. Ahora los futbolistas son ciudadanos del mundo y creo que eso es bueno. Ya no se puede hablar del fútbol como una forma de idiosincrasia nacional». Incluso se atrevió a más: «Existe un prejuicio contra el dinero. Parece que todo lo que se relaciona con el dinero envilece. Y no es cierto. Detrás de llegar a las estrellas o al átomo hubo intereses particulares que nos empujaron hacia delante. En el siglo XIX los escritores eran lo que ahora son los futbolistas. Y sabemos que Víctor Hugo, por ejemplo, le gustaba el dinero. ¿Debemos condenarle por eso?» Sin embargo, por añadir otros matices diferenciadores, señalo lo que el presidente del Racing de Ferrol, Isidro Silveira, criticaba en La Voz de Galicia como es la falta de controles por parte de la Agencia Tributaria y otros organismos hacia los clubes que adeudan grandes cantidades al Fisco o a los jugadores: «No competimos en igualdad de condiciones con equipos que tienen grandes deudas. Nosotros manejamos unas cifras, otros fichan con lo que no tienen y les da igual. Así encarecen el mercado, se suceden los problemas y el fútbol da una imagen nefasta al resto de la sociedad». Por lo que el que cumple con sus obligaciones tiene las de perder.
Claro que, en este momento, me quedo con las declaraciones de actualidad de Quique Flores: «La Selección es lo mejor, claro. Es ambición y talento, la suma de lo más preciado. Y ausencia de individualismo. Hay que disfrutarla pues nadie sabe cuándo volveremos a tener una generación así. Su gran aportación es que ha demostrado que los buenos futbolistas son los que mejor manejan la pelota. Yo he trabajado junto a Silva: es incapaz de jugar mal ¡ni en un entrenamiento!. Están Xavi, Iniesta… El equipo tiene que jugar bien, es imposible que lo haga mal… Y el seleccionador tiene que organizar el equipo, cuidarlo. Es el primero que sabe que este grupo se ha salido del prototipo que circula por el mundo. Hasta no hace mucho primaba lo físico y yo siempre pensé que el futbolista es un deportista accidental, para nada un atleta. Atleta es que corre los cien metros, lo nuestro es otra cosa. La Roja lo confirma… Los nuestros son los mejores porque son los que mejor manejan la pelota y a mayor velocidad. El físico hay que tenerlo, pero lo primero es lo otro. Fue así toda la vida». Lo cual contrasta, sobremanera, con la derrota tan elevada que Argentina sufrió contra Bolivia por seis goles a uno mientras que Maradona se lamenta: «Cada gol fue como un cuchillo». Ha podido comprobar, una vez más, que el fútbol son los futbolistas… y el entrenador. Desde luego no es lo mismo predicar que dar trigo y en esto, Maradona, siempre se ha pasado de listo fuera del terreno de juego.
Así que, hasta nueve veces, «¡Guau, guau, guau…!», y todo tendrá mucho más sentido.
MAROGAR (Abril 2009).
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