Sí, Herrerita El Grande marcó la diferencia en Huesca, con su talento superior y con un golazo de bandera que puede valer medio ascenso. Porque éste era un partido clave, un partido a cara de perro, acaso el más difícil. Un partido que había que ganar. Y el Zaragoza, cuya fe crece como la espuma, lo ganó. Y sigue arriba, a la espera de enlazar ahora tres o cuatro triunfos seguidos y culminar su retorno a Primera. Ander es justo y necesario. Cada día más. Por suerte para el Real Zaragoza.
La semana había dado para todo tipo de especulaciones sobre el grado de oposición del Huesca, pero el fútbol, el propio partido, se encargó de aclarar que no hubo componendas. Todo lo contrario. Fue un partido macho, sin concesiones, sin maniobras previas de pasillo. El Zaragoza tuvo que sudar la victoria frente a un Huesca extraordinariamente motivado, que no se rindió nunca y que jugó con una excitación superior. Si no le pudo dar una alegría a su gente fue, sencillamente, porque el Zaragoza lo arrasó en la segunda parte. Decidió el golazo de Herrerita, pero Gabi estrelló antes un cabezazo en el larguero y el árbitro se tragó después un gol de falta directa de Zapater. Sí, el balón golpeó en el interior del larguero y botó un palmo dentro. Eso hubiera abrochado definitivamente el pleito, pero Ontanaya López llevaba entonces gafas de madera, y el Zaragoza tuvo que sufrir hasta el descuento para cantar victoria. Un triunfo que cantó a la grande.
Ha quedado dicho que el equipo de Marcelino desarboló al Huesca en una gran segunda parte, con un fútbol sólido, apabullante y veloz, pero hasta el descanso el equilibrio lo impregnó todo. Durante toda la primera mitad, el Huesca estuvo muy entero y al Zaragoza le faltó fluidez y serenidad. Igualdad, mucha igualdad, por más que el Zaragoza fue empujando al Huesca gracias al genio de Ponzio, ayer también colosal, y a las apariciones entre líneas de Ander Herrera, cuya luz fue otra vez la más nítida. Pero el pasillo se creó por la izquierda. Con escaso premio, todo hay que decirlo. Caffa, aceleradísimo, desbordó media docena de vez a Edu Roldán, pero sus centros se fueron al limbo. Lo cierto es que la mejor ocasión del Zaragoza fue un intento de disparo de Arizmendi que abortó Helguera. Algo de ruido, pero pocas nueces.
El Huesca, que se esforzó por darle un buen trato al balón en el inicio de cada jugada, también llegó tres o cuatro veces con mucha intención a los dominios de Doblas, y dispuso de la mejor oportunidad de la primera parte: un centro de Sastre que Rubén Castro no supo mandar a la jaula. En realidad, el balón le golpeó en la tibia y se fue rozando el poste ante la desesperación de la parroquia local. Aquí se esfumó el gran momento del Huesca.
El Zaragoza salió con una marcha más tras el descanso y tuvo el gol muy pronto en la cabeza de Gabi. Caffa y Paredes le hicieron un lío a Edu Roldán, que vivió una noche negra, y el centro lo acabó cabeceando picado Gabi al larguero. Ocasión clarísima, que terminó de animar al Zaragoza y fue encogiendo al Huesca, cuya línea media fue menguando ante el empuje de Gabi y Ponzio, y el fútbol diferencial de Herrerita. Llegó el gol, el golazo. Y al Zaragoza se le abrió el cielo. El paso estaba dado.
El Huesca no arrojó nunca la toalla y rondó un par de veces la portería de Doblas, segurísimo, pero la suerte estaba ya echada. El Alcoraz reclamó un derribo final de Ayala a José Vegar, pero la moviola lo aclaró todo. No hubo penalti. Y sí explosión final de júbilo en el Zaragoza.
El derbi aragonés deja, sobre todo, dos certezas: el Zaragoza está lanzado hacia el ascenso y Ander Herrera no juega por ser el hijo del secretario técnico del club. Juega porque sus méritos y su calidad son ya irrefutables.
Once jornadas ya sin perder
El Real Zaragoza, al que le apretaban las victorias del Hércules en Éibar y el Rayo Vallecano en Salamanca, no falló en la gran cita de El Alcoraz y acumula ya una racha de once partidos sin conocer la derrota, con siete victorias y cuatro empates. El equipo sigue en la tercera posición de la tabla.
AS.com
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