Por Ramón MULET PACIS
Recientemente en nuestra ciudad han tenido lugar las III Jornadas sobre menores en edad escolar, conflictos y oportunidades; de ellas, muchos de los cientos de asistentes hemos sacado muchas conclusiones. Aprovechando la esencia de la conferencia de la Sra. Consuelo Madrigal Martínez-Pereda, Fiscal de Sala Coordinadora de Menores, pretendo hacer una reflexión sobre la violencia que muchos aficionados ejercen sobre los árbitros de fútbol y sobre el desastroso efecto que eso causa en nuestros hijos, jóvenes y adolescentes.
Cuando se habla de violencia, se designa normalmente el conjunto de actos considerados violentos en términos tan amplios que requieren alguna adjetivación: violencia de género, juvenil, escolar, familiar, violencia en el fútbol, etc. En muchos casos puede observarse una inducción a la violencia por imitación y también como consecuencia de un proceso de banalización.
Se ha buscado el origen de la violencia y diversas teorías (teoría del control, teoría de la tensión, teoría del aprendizaje…) intentan explicar la génesis de la violencia de adultos y jóvenes.
Como a cualquier árbitro de fútbol, me molestarán más o menos los miles de insultos a los que soy sometido a lo largo de una temporada, pero lo que verdaderamente me molesta es observar y padecer todo tipo de actos y acciones violentas (menosprecios, insultos, amenazas) en el entorno de nuestro fútbol base.
Los pre-benjamines, benjamines, alevines, infantiles, cadetes y juveniles aprenden de los adultos y lo que es más grave: los imitan.
A los dos minutos de juego el árbitro no observa con claridad si un balón ha salido por la línea de banda; reacción del respetable: «No te enteras, hijo de…, sinvergüenza, espabila», etc.etc.etc.
El árbitro lo escucha (no suele ser sordo, aunque a veces la vista nos falle) y los niños también lo escuchan. A medida que avanza el partido se dan jugadas más complicadas y los insultos elevan su contenido y su tono amenazante. El árbitro es consciente de ello; los alevines, infantiles, cadetes o juveniles también son conscientes de que ese señor o señora es su padre, madre, abuelo, abuela, tío o tía. Ya tenemos el modelo. He aquí una prueba irrefutable sobre la validez de una de las teorías que nos hacen comprender la violencia. Para la teoría del aprendizaje el comportamiento violento procede más bien de procesos de imitación y reproducción adquiridos. Los jóvenes imitan y, si desde las gradas se insulta y amenaza, poco a poco nuestros jóvenes incorporan unos métodos de resolución de conflictos basados en la violencia y eso no es bueno para nadie.
Lo mejor que me ha pasado ante tanto insulto es que, en más de una ocasión, jugadores adolescentes me han comentado: «No les haga caso; ¡están locos!» Con suerte, alguno de los adolescentes, al hacerse adultos, no repetirán las actitudes y conductas de sus padres. Serán la minoría. El dicho «de tal palo tal astilla» nos hace entender muchas de las conductas violentas que se producen en el contexto de nuestro fútbol. Insultos entre jugadores, agresiones a otros jugadores o a árbitros, tanganas, o amenazas son el reflejo de lo que nuestros jóvenes observan en muchas gradas y en más de un banquillo.
Si queremos que, en un futuro, los índices de violencia en nuestro fútbol (y en nuestra sociedad) desciendan, hemos de empezar a RESPETAR al árbitro de fútbol, ya que si no lo hacemos estamos pautando unos modelos que harán que nuestros jóvenes, tarde o temprano, sean adultos violentos.
¡¡ RESPÉTANOS: TUS HIJOS LO AGRADECERÁN!!
Ramón Mulet Pacis
Árbitro de fútbol
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