Una mujer puede ser astronauta, minera o jefa del Gobierno, pero le está vedado jugar al fútbol en el mismo equipo que Messi o Cristiano Ronaldo.
Víctima de un arrebato de lucidez, el delantero del Barça Leo Messi acaba de abogar por la formación de equipos mixtos en los que hombres y mujeres jueguen juntos al fútbol: uno de los últimos reductos en los que aún se practica -y de qué modo- la discriminación sexual. Además de ser un sobresaliente jugador con derecho a «Balón de oro», Messi demuestra que también los futbolistas saben usar la cabeza para algo más que rematar el balón a portería.
No hará falta subrayar lo razonable que es la idea. Obsérvese que una mujer puede emplearse como astronauta, conductora de autobús, minera, catedrática, limpiadora, ministra o cualquier otro oficio que le plazca sin más obstáculos que el de encontrar un patrón que la contrate. Lo único que le está vedado por las extrañas leyes del deporte es jugar al fútbol en los mismos equipos que Messi o Cristiano Ronaldo para ganar en pie y patada de igualdad con ellos las enormes sumas que suelen obtenerse en la industria del balón.
Podría esperarse que un Gobierno tan progresista y paritario como el que encabeza Zapatero quisiera poner fin a este anacrónico Apartheid, pero ya se ve que no. Más preocupado por garantizar al mujerío que el número de ministros sea exactamente igual al de ministras, el Presidente no parece ver anomalía alguna en el hecho de que las señoras no tengan el mismo derecho que los caballeros a enriquecerse con el fútbol.
Bien es verdad que el deporte se rige por normas propias al margen de los gobiernos, aunque algunas de ellas parezcan entrar en conflicto con los mandamientos de la Constitución. Y no sólo en España. Paradójicamente, tuvo que ser una futbolista de México -el país con más machos por metro cuadrado de todo el mundo- la primera en denunciar lo absurdo de esta situación.
Harta de padecer la peculiar segregación de los equipos de fútbol «femeninos», la mexicana Maribel Domínguez consiguió que la fichase un equipo de la Liga Profesional -y masculina- de su país. Aptitudes no le faltaban a quien entonces era conocida como Marigol por su facilidad rematadora; pero eso no fue bastante para convencer a la FIFA de que accediese a dar validez al contrato. Joseph Blatter, el presidente de tan alta y varonil organización futbolera, argumentó simplemente que «se debe mantener una clara división entre el fútbol masculino y el femenino». No explicó por qué, pero tampoco era necesario. Podría haberse remitido a la famosa y algo enigmática frase de Vujadin Boskov: «Fútbol es fútbol», y se le hubiera entendido igual.
Otros trataron de poner algo de lógica a la cuestión argumentando que el balompié es un deporte de contacto que sólo lo hace apto para los hombres, por más que se juegue con una sola pelota y no con dos. Aunque endeble, sería al menos un argumento, de no ocurrir que también en el tenis y el balonvolea se practica la segregación de sexos a pesar de que los jugadores estén separados por una red que impide cualquier tocamiento, sea o no lascivo.
Probablemente ocurra, sin más, que los jerarcas del deporte -y, en particular, los del fútbol- hayan renunciado a explicar una decisión que de suyo resulta inexplicable. Quedaría feo decir a estas alturas, aunque lo piensen, que la mujer no tiene las mismas habilidades que el hombre para la práctica del balompié. O, peor aún, que su frágil condición física las pone en una situación de desigualdad que curiosamente no existe para ejercer trabajos de policía, minera, militar y tantos otros de gran exigencia atlética.
Ha tenido que ser un profesional del ramo como Messi el que ahora haga notar la incongruencia de esta situación. Es natural. A fin de cuentas, el argentino pasa por ser el mejor futbolista del mundo y aún es lo bastante joven como para no compartir los prejuicios de la vieja guardia de la FIFA. Esos futbolistos que lo deciden todo por pelotas.
Axel Vence para La Nueva España
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