Una jugada que merecería dormir en el Museo Reina Sofía condujo a España al triunfo. El pase nació en las botas de Cesc con destino Iniesta. El manchego se lo regaló a Navas. Gol para una importantísima victoria. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, desgrana el partido uniendo palabras.
La noche polaca venía cálida. Después de un amanecer maravilloso, lleno de luz, el sol se quedó asomado a su ventana para ver a los Campeones del Mundo. Hizo bien. España brilla con sus ideas, destila gota a gota su pensamiento, su irrenunciable estilo de juego y destruye la calma de los impacientes. Del Bosque maneja entre sus manos las cartas de una baraja plagada de reyes y las juega con parsimonia, inalterable, inamovible, agarrado a su fe en la plantilla que confecciona detrás de cada lista.
Esa paciencia infinita del Seleccionador suele terminar dando sus frutos gracias a la constancia, a la tenacidad, que son más resolutivas que la genialidad aunque tal vez menos atractivas. En el primer tiempo, su 4-3-3- fundió de tal manera a Croacia que la dejó contemplando como combinaban los españoles. Setenta por ciento de posesión aburren a cualquier equipo que se ponga enfrente. Bilic ha armado una escuadra poderosa, físicamente fuerte, tácticamente disciplinada y técnicamente de calidad. Un equipo rápido y sólido. Por algo figura en la octava plaza del ranking FIFA. Hacerles un gol es materia complicada, sólo apta para especialistas. Se sabía que daría problemas y los dio durante ochenta y siete minutos. Tanto va el cántaro a la fuente que alguna vez se tiene que romper. En su estilo, España no rompió el cántaro al estamparlo contra el suelo: sacó la varita e hizo magia. Lo suyo.
Cesc inventó un tiralíneas dirigido a Iniesta. Andrés lo bajo con el pecho y, dejando caer dulcemente el balón, se lo regaló a Navas, que venía acompañando al manchego, ambos en posición correcta. Le pegó tan fuerte bajo palos que la pelota se clavó en las redes croatas. Arte. Arte Moderno para enmarcar.
España fue superior todo el partido, excepto cinco minutos de la segunda parte, cuando los hombres de Bilic, con Rakitic metido en faena, obligaron a Iker a seguir siendo santo, cuestión que parece asignada para la vida eterna, la de aquí, la terrenal, que a los rivales de Iker se les tiene que hacer muy eterna. Es verdad que el gol tardó mucho en llegar, casi mejor diré que demasiado. España lo mereció antes uniendo pases y combinaciones maravillosas, tejiendo en el medio campo con la idea de ser primera de grupo. Del Bosque puso a Torres de referencia e intentó abrir la lata con Iniesta y Silva. Por detrás, el surtido de balones resultaba constante. Sin embargo, a pesar de que la Selección creó ocasiones de gol y puso en aprietos al meta croata, Pletikosa, el gol llegó cuando Cesc Fábregas sacó el cerebro a pasear por este estadio que, al atardecer, brilla como un ámbar crepuscular, pura resina.
Cesc partió al contrario con un pase extraordinario, superlativo, de figura mundial, y ahí terminó el sueño de Croacia, que había jugado a la contra por obligación. España sacó billete para Ucrania y me imagino la sonrisa superestelar de Carol Coster y su inseparable Mario Pasternac, siempre atentos al espectáculo de los sentidos y de los sentimientos, que tanto se unen a través de La Roja. Debió leer Del Bosque “El Asedio”, obra increíble de Arturo Pérez Reverte, y se empeñó en explicársela a los croatas igual que los españoles pasaban por los caños en la batalla de Chiclana. El honor de España no se cuestiona. A Del Bosque y su equipo, tampoco. El resultado de ese asedio delbosquiano, de su fe y su tenacidad, fue el gol y la victoria de España para clasificarse.
RFEF
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