Que la vida da segundas oportunidades puede sonar a frase hecha, pero si se aminora el ritmo que marca la rutina es fácil fijarse en ellas y en las personas que, cogiendo el toro por los cuernos, las aprovechan. La vida del gaditano Francisco José Maline es un claro ejemplo, un periplo que gira en torno a «la pasión» que siente por el balompié desde que era un pishita que correteaba –con un balón en los pies, claro está– por la playa de La Caleta, después de venir al mundo en el colindante barrio de La Viña. Camino de los 34 años que cumplirá el próximo 16 de junio, el espigado lateral izquierdo, «contundente en el campo y honesto en el vestuario», como le definen al unísono compañeros de todas las épocas, es el único futbolista que puede presumir de haber estado presente en las tres ligas de Tercera División que ha conquistado la Peña Deportiva.
«Ante todo, soy peñista», suelta convencido Paco Maline cuando se le pregunta por el vínculo con el club en el que acumula siete temporadas, repartidas en dos épocas que conforman, como si de una obra de teatro se tratara e incluyendo los cuatro años que las separan, los tres actos de su peripecia vital. En el primero de ellos (2002-2008) consiguió sus dos primeros campeonatos (2004, con Carlos Simón y 2006, bajo la tutela de Paco Marín y celebrado a ritmo de samba en el Municipal de la Villa del Río), tiempo en el que se enamoró de una isla en la que aterrizó a principios de septiembre del 2000 «siendo un chavalín flaquillo y sin barba».
«Jugaba en el Chipiona y tuve la suerte de que me viera un exjugador que se llamaba Pepe Correa y que había estado en el Ibiza [ascendió a Segunda B con Mario Ormaechea en la 91/92]. Él fue quien recomendó mi fichaje para el desaparecido Eivissa. Llegué con dos paisanos: Diego Cordero y Juan Jesús». Ese es el prólogo del relato de un lateral izquierdo que ahora se rapa una cabeza donde, hace ya más de una década, crecía una media melena rubia. Según afirma, antes y ahora, su testa siempre estuvo «bien amueblada». «El coco me ha funcionado y eso me ayuda a seguir activo», explica un tipo de conversación sosegada y acento que no abandona el seseo de su origen geográfico, enraizado en un sur «que ama, pero no echa en falta» en su ´exilio´ pitiuso.
Y mientras habla del presente y del pasado, de su afición por el azul del Mediterráneo, la pesca, el buceo y Formentera («Un paraíso que me encanta, pero soy fiel a la Peña, no me estoy ofreciendo a nadie, ¿eh?», dice guasón). O de sus chirigotas preferidas, el gracejo del que hacen gala sus paisanos o las diferencias irreconciliables entre gaditanos y jerezanos, «la eterna guerra entre marineros y ganaderos». Concede solo algunas pausas para beberse a pequeños tragos una cerveza que se toma en un bar de Sant Rafel (el aprendiz de marino vive, paradójicamente, «en el tranquilo centro de la isla»). El fútbol vuelve a escena, acordándose de «cuando compartía apartamento con Cordero [que se fue después con él a la Peña] en el centro de Vila». «Cobrábamos 150.000 pesetas. Con el piso y una comida al día pagados, vivíamos como reyes. Nos han estafado con el euro: hacíamos la compra con 2.000 pelas por barba a la semana».
Aterrizaje en Santa Eulària
Verano de 2002. La Peña se hace con los servicios de Maline, «que en aquella época jugaba exactamente igual que ahora». Las palabras salen de la boca de Raúl Gómez, al que el andaluz vio meter la cabeza en el primer equipo con 18 años como rápido extremo derecho y con el que se ha reencontrado una década después, viéndole actuar en el otro lado de la defensa como carrilero diestro. «Paco conserva una forma espectacular. Se ha sabido cuidar. Siempre ha elegido muy bien cuándo subir al ataque», ahonda el actual capitán peñista.
Gómez luce un brazalete que antes llevaron compañeros de armas ya retirados como Juanjo Cruz o Nacho Villodre, zagueros con cuajo que en el histórico primer título liguero formaban junto a Maline y Jorge Olmos «una defensa inexpugnable» que solo concedió 30 tantos en 38 jornadas. «Recuerdo la primera vez que vi a Maline. Tras un par de jugadas en las que intervino, pensé: ´Este es un cerdo asqueroso como yo´. Eso sí, es de los que va con todo, pero no a hacer daño», bromea el madrileño Villodre, uno de los mejores amigos del gaditano en la isla.
«Paco es un crack como persona. Me alegra verle en activo, –apunta Cruz, el veterano capitán de aquella Peña– parece que fuese ayer cuando le llevaba en coche de Ibiza a Santa Eulària para entrenar. Ya destacaba por su honestidad, por hablar poco, pero decir las cosas claras». Ahí es donde surge la figura del «líder tranquilo», como le define Gómez. «Hay veces que hasta me siento parte del cuerpo técnico –comenta Maline–, tiran de mi veteranía y me consultan. Intento crear buen ambiente y, sobre todo, tener bajo mi regazo a los jóvenes: Pepe Bernal, Cristian Cruz [el hijo de Juanjo], Newman… Lo mejor que te da el fútbol cuando eres chaval es la sabiduría que hay en los consejos de los veteranos. ¿Quién dice que no pueden pegar el pelotazo si se lucen en el escaparate del play-off?».
Subir a Segunda B. Esa es su asignatura pendiente con el club de sus amores, después de disputar cuatro promociones, marradas «por el injusto sistema que nos obligaba a jugar liguillas contra valencianos o murcianos, que pagaban sueldazos gracias a la burbuja inmobiliaria», como rememora Villodre. «Mi quinto play-off –como llama este hijo de la milenaria Gádir («la ciudad más antigua de Europa», precisa) a la promoción que supuso el ascenso a la categoría de bronce en la 2007/2008– lo viví lejos».
En marzo de 2008 comienza el segundo acto. Un problema personal le hace salir de la isla junto a Romina, la argentina que le acompaña sentimentalmente desde hace más de diez años, y Alessio, su pequeño de seis años, entonces, un «niño que llevaba pañales». Recaló en Denia, reclutado por Simón, al que no quiso acompañar en su silbada marcha al Eivissa. No funcionaron las cosas y puso rumbo a Cádiz, donde pareció vivir su canto de cisne. Medio año en Tercera «sin cobrar un duro» en el Conil. ¿Retirada con 31 años?.
Inesperado retorno a las Pitiusas
No encontrar trabajo en la provincia más azotada por el desempleo del país le atrajo a su querida Ibiza. «Estaba en mi tierra, pero la morriña me tiraba. Nos vinimos para trabajar el verano de 2011. Paseando por Santa Eulària me encontré con [Francisco] Torres [excompañero y actual entrenador de porteros en la Peña, entonces, a las órdenes de Ormaechea en Sant Rafel]. Le vi de espaldas y le pegué un empujón de broma con el hombro. Se giró y cuando me reconoció, alucinó: ´No me lo puedo creer, voy a hablar con Mario, te tienes que venir a jugar con nosotros´».
El contenido de la tercera parte es de sobras conocido. Sorprendente rendimiento en el Sant Rafel –«El club donde volví a sentirme futbolista», afirma– y traslado a Santa Eulària. A su casa. «Es que él siente este equipo más que nadie. Es muy inteligente, este aguanta el tiempo que sea», precisa Ormaechea, sabedor de que tiene en el vestuario con Maline al mejor de los pegamentos para cohesionar más si cabe la camaradería de la que presumen los bloques que ha guiado el catalán en los últimos años, vistan de azul o de blanco. Y aunque el balompié de Tercera ya no dé para vivir, los ojos azules, casi glaucos, de Maline resplandecen. Hay trenes que pasan dos veces y él no ha dudado en montarse «a base de currar y currar». Por ello, un lateral que celebra goles de higos a brevas, tiene un hat-trick envidiable en forma de títulos de Tercera balear.
Diario de Ibiza
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