Se tiró el cuero largo con la intención de ganarle la batalla al cáncer, pero algo falló en el sprint.
El flaco no estaba delgado, sino consumido. Batallaba desde octubre.
Semanas antes se lanzó un farol: “La cosa va bien. Voy ganando dos a cero”.
Trató de aplicar su filosofía a todo lo que le rodeaba. El fútbol era lo de menos y, sin embargo, centró su vida: el altavoz que lanzó al mundo una manera diferente de ver las cosas.
Pudo haber ideado cualquier plan de victoria en cualquier terreno bajo la premisa de que “si Onésimo se marcha muy bien en el uno contra uno, la solución es: no le marcas”.
Ojos de lince bajo cuerpo de atleta. La rebeldía del arte frente a estereotipos y normas.
Él era él, y sus circunstancias; con un balón o con un cáncer. No necesitaba que le autorizaran “licencia para entrenar”. Él era fútbol.
Más listo que casi todos, devolvió la medalla y el título de Presidente de Honor del F.C.Barcelona sabiendo que, al hacerlo, su cargo honorífico subía varios peldaños más.
Nos enseñó que el fútbol -como la vida- no es más que un rondo en el que prepararse para la toma rápida de decisiones al salir al terreno de la verdad.
Hoy nos deja la persona y sus circunstancias. Nos queda lo aprendido y disfrutado. No hay colores ante una leyenda. Holanda, Catalunya y la Filosofía lamentan su pérdida. Su ADN continúa triunfando en el Barça, a pesar del esfuerzo de sus dirigentes para impedirlo.
Se prolonga el mito, nacido ya tiempo atrás, y se reivindica eternamente en sus tres modalidades: como jugador, como entrenador y ahora como recuerdo. Hendrik Johannes Cruijff, el hombre que cambió el fútbol para siempre.
Daniel Riera para Fútbol Balear.
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