“Mi abuela tiene botas en un museo”
Domingo Marchena. Cuando la selección española femenina dispute mañana en Francia la final del Mundial de fútbol sub-20 ante Japón, se hará justicia. Como cuando las chicas ganaron el reciente campeonato europeo sub-19 o cuando la selección femenina absoluta se clasificó a falta de dos partidos para el Mundial del 2019. “A nosotras nos gritaban ‘vete a fregar a casa’. ¡Qué tiempos!”, dice Carme Nieto.
Todos los nietos del mundo se vanaglorian de las meriendas de sus abuelas. Los tres de Carme Nieto, que ayer se los llevó al cine ( El espía que me plantó), también pueden sacar pecho por otra cosa: “Las botas de mi abuela están en el Museu del FC Barcelona”. Son las botas de una pionera.
Jugaron su primer partido el 25 de diciembre de 1970 en el Camp Nou contra el equipo femenino de la UE Centelles, que tampoco jugaba con escudo. Mariló Corominas, de 64 años y entonces una niña de 16, era una de las rivales. Se apuntó por su amistad con Marta Garriga, otra jugadora e hija del entrenador de los chicos, “que también nos entrenaba a nosotras y a quien nadie llamaba por su nombre, Ramon Garriga. Era el de can Manso. Por la masía familiar”. En aquel equipo deslumbrado por el Camp Nou también estaba Montse Santigosa, que tiene siete nietos y los siete juegan a fútbol. Cuando quieren oír alguna batallita del balón no se la piden al yayo. Se la piden a ella.
Estas y otras mujeres de su generación dicen sentir envidia sana por la excelente calidad técnica y preparación física de la que hacen gala sus nietas, no las de su familia, sino las que pelearán mañana por el triunfo en Francia.
Sus botas no siempre tenían tacos. A veces jugaban con unas simples playeras y con pantalones muy ajustados o con camisetas sin mangas. Las veteranas del UE Centelles recuerdan que el Barça acortó el campo y acercó las porterías, lo que les disgustó mucho porque hubieran preferido jugar en las mismas condiciones que los hombres. Por cierto, el árbitro del encuentro fue Esteve Mateu, “un chico de Centelles federado”, como recuerda Mariló Corominas. “La vecindad no nos benefició: nos pitó un penalti en contra y perdimos 1-0”.
“¡Qué tiempos!”, repite Carme Nieto. “Piense que yo sólo había peloteado un poco con mi hermano en la calle y de golpe comencé a entrenarme bajo la dirección de un mito como Ramallets”. Los entrenamientos eran a las diez de la mañana. “No todas podían combinarlo con las profesiones o los estudios. Las que mejor lo tenían –añade– eran las que trabajaban en turnos de tarde. Yo era secretaria de dirección y sólo me dejaban ausentarme para entrenar si compensaba las horas perdidas con las vacaciones. Cuando me di cuenta, me pasé un año sin descansar porque agoté todos los días en una temporada”.
Y tanto esfuerzo, ¿para qué? ¿Para que se rieran de ellas? ¿Para vivir situaciones denigrantes? ¿Para descubrir la cara más soez e impresentable del machismo?
“Se le ha debido romper el sujetador”, dijo por megafonía Pedro Ruiz cuando una jugadora fue sustituida en aquel partido del 25 de diciembre. “En los pueblos nos gritaban ‘No sirves ni para lavar platos’ y cosas mucho peores, si fallábamos alguna jugada”, explica Mariló Corominas. “Una vez, en el campo del Júpiter, algunos aprovechados intentaban tocarnos desde la barandilla que separaba al público del campo, y no precisamente para darnos una palmadita en la espalda”, añade Carme Nieto.
¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Tantos sacrificios? ¿Para eso? No. Para que todas estas mujeres y muchísimas más puedan sentarse el viernes ante el televisor y sentirse orgullosas, pase lo que pase en la final. Ellas abrieron el camino. Y, sobre todo, para que abuelas como Montse Santigosa, con siete nietos futbolistas, puedan decir a los hijos de sus hijos que no hay nada, absolutamente nada, imposible para una mujer.
lavanguardia.com
Comenta esta noticia
Los comentarios están desactivados temporalmente. En breve estarán disponibles de nuevo.