Es difícil de afirmar, y más teniendo en cuenta que a Dan Gosling le quedarán a poco que aguante quince años de fútbol, pero este joven de Brixham probablemente ya haya metido el gol más importante de su carrera sólo dos días después de cumplir los 19 años. Un tanto que dio la vuelta al mundo y que aún es comidilla en Liverpool por su significado.
El 4 de febrero este tierno retoño, criado a los pechos de Plymouth Argyle, recibía un melón aéreo puesto por Van der Meyde desde la derecha y con un control magistral depositaba el balón sobre el tapete de Goodison, movía su cintura sacando las vergüenzas a la vez a Arbeloa, Kuyt y el mismísimo Carragher y colocaba el balón ajustado a la madera, lejos del alcance de Reina para delirio del público, que veía a la vez la derrota del máximo rival como más duele, en el minuto 118 de la prórroga, y nacer una estrella.
Aquel gol, que clasificó al Everton para la final de la F.A Cup, no fue si no el que dio trascendencia internacional a un jugador que ya se la había ganado a pulso dentro de sus fronteras. La sabiduría de David Moyes, especialista en pulir a jóvenes imberbes, unida a la rapidez del Everton, que se mantuvo al acecho de la presa una vez que Gosling fue considerado carne de cañón por el Chelsea (no dudo que desde entonces algún ojeador pasó a engrosar la lista del paro) también ayudaron.
A día de hoy este joven extremo que puede hacer las veces de lateral es el futuro del país y el presente del Everton, que ya se frota las manos viendo lo que tiene en sus filas. Quizás el 32 que luce en su camiseta sea una premonición de lo que dentro de un par de años habrá que pagar por hacerse con sus servicios. Hasta que ese momento llegue Gosling aún tendrá muchas tardes gloriosas que ofrecer y muchos goles que marcar aunque en la caprichosa memoria colectiva de Goodison sólo quede para la historia aquella maravillosa noche de febrero.
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