Fundado a mediados de la década de los 60, el Atlético Rafal es una clara demostración del poder de unión del fútbol. Cuenta con cerca de 600 jugadores y jugadoras de 24 nacionalidades diferentes y un 90% vecinos del propio barrio y de los vecinos Son Gotleu, La Soledad o El Vivero. «A través del fútbol logramos crear una comunidad. Hay un sentimiento de pertenencia. Vengan de donde vengan, tengan la edad que tengan o sean de la raza que sean», dice Joan Crespí, su director deportivo.
El Atlético Rafal ofrece un espacio deportivo a los jóvenes de uno de los barrios con mayor diversidad de culturas de la capital. En el club, todo el mundo tiene cabida. Tiene representación europea, americana, africana y asiática en su reparto. Hasta 24 nacionalidades se dan cita en la entidad.
Por supuesto, la primera nacionalidad, la mayoritaria, es la española, que posee algo más de la mitad de los componentes del club con 335 de los 589 jugadores. El abanico de orígenes de nacimiento de los futbolistas es múltiple y dispar en el mapamundi. Hay otros 23 pasaportes distintos que añadir al de los españoles. Marruecos, con 96, y Colombia con 18 comparten el podio en un club que cuenta con casi un centenar de niños de padres extranjeros. Las menos minoritarias son Kenia, Pakistán, Chile, Nicaragua o Bulgaria, con un representante.
En el Atlético Rafal lo más importante es precisamente esa labor de integración social. «Además del juego en sí, trabajamos valores de respeto, empatía, responsabilidad, integración, disciplina… y en esta labor participamos integrando, no sólo a jugadores de familias en situación de vulnerabilidad, sino también sacando de la calle a cientos de niños, trabajando con asociaciones, fundaciones y asistentes sociales. Todo el tiempo que están en nuestra instalación es menos tiempo que tienen para otras cosas menos productivas para su crecimiento como jugador y persona», recalca Crespí.
La incursión en nuestras vidas de la COVID-19 también ha alterado la hoja de ruta de la entidad palmesana, que ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando se reabrieron los centros deportivos, el Atlético Rafal realizó tres campus bajo estrictas medidas de seguridad: uno para jugadores del club, ya que «considerábamos que era necesario que nuestros chicos y chicas salieran de casa y entrenaran de forma segura»; otro de la mano del Espanyol de Barcelona y un tercero de porteros.
Uno de los momentos que más incertidumbre generó en la entidad fue cuando confinaron, que afectó a casi el 40% de los jugadores. El protocolo es claro en el día a día. Los jugadores llegan a las instalaciones ya con la ropa de entreno, siempre con mascarilla hasta el inicio del entrenamiento, se desinfectan las manos, se les toma la temperatura y entrenan con o sin contacto dependiendo de la categoría.
Los padres, para poder presenciar los partidos de sus hijos, deben identificarse en la puerta de acceso, «tal y como nos indican las autoridades sanitarias y les tomamos, también, la temperatura».
Desde el Atlético Rafal reclaman más ayudas de la administración pública a las familias vulnerables y con «serios problemas económicos que tenemos en nuestro club». «El fútbol es una actividad con muchísimo arrastre entre los jóvenes y a través de su práctica se pueden transmitir valores», explica Joan Crespí.
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