SEBASTIÀ ADROVER. PALMA. A nadie más que a Pep Lluís Martí (Palma, 1975) le fastidió más fallar el penalti que podría haber acercado al Mallorca a su cuarta final de la Copa del Rey. Por mucha experiencia que atesoren sus botas, por muchos títulos que tenga en su palmarés, a buen seguro que anoche al pivote le costó conciliar el sueño. Repasó mentalmente una y otra vez una acción que difícilmente volvería a errar si tuviera ocasión de repetirla. Pero esto ya no es posible. El rojillo lanzó estrepitosamente mal la pena máxima y en su disparo se fueron todas las ilusiones de los suyos. Porque después de aquel fatídico tiro, el equipo ya no volvió a ser el mismo.
Todo empezó cuando Cáceres entró en falta dentro del área pequeña a Castro, que buscaba el remate a la desesperada. El árbitro Rubinos Pérez le expulsó sin pensárselo. El centrocampista bermellón, estirado totalmente en el suelo, alzó los brazos como si el 2-0 ya figurara en el marcador. El Barcelona se quedaba con diez y todavía restaban cuarenta minutos para la finalización del encuentro. Todo un mundo para que la utopía dejara de serlo. Martí cogió la pelota. No había discusión posible. Lo lanzaba él porque le tocaba a él. Sin más. Manzano ya ha dejado claro en más de una ocasión que hay una lista y un orden a la hora de chutarlos. El palmesano dejaba en el suelo el balón. Los hinchas se frotaban las manos, no para protegerse del frío, sino a la espera de que su corazón se calentara con el segundo tanto. Pinto, actual suplente de un discutido Valdés, pero que cuajó una buena trayectoria en Primera con el Celta, quiso ser más listo que nadie. Miró fijamente al futbolista isleño y le hizo un gesto advirtiéndole de que se lanzaría a la izquierda. Martí sólo le respondió con una ligera sonrisa, aunque presumiblemente la procesión iba por dentro. Una estrategia del cancerbero para desconcertar a su oponente que surtió efecto.
Demasiado fácil
El mediocentro chutó fuerte, pero al centro de la portería. Demasiado fácil para un Pinto que había cumplido su palabra de lanzarse a su izquierda, pero que pudo despejar con los pies. Hacia tiempo que no se oía un lamento tan grande en el Ono Estadi. Ningún mallorquinista quería creerse lo que acababan de presenciar sus ojos. «No puede ser verdad», se debían decir a sí mismos. El rostro de Martí lo decía todo. Pocos jugadores deseaban más que él meterse en la final. Pocos sienten más que él la camiseta y el escudo al que representa. Pero su fallo fue decisivo para que la semifinal se tiñera de azulgrana. El Mallorca ya no despertó de su duro golpe hasta que Messi asestó el golpe definitivo. Martí, que alzó la Copa del Rey como jugador del Sevilla hace tres cursos, no podrá cumplir su sueño.
FUENTE DIARIO DE MALLORCA.
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