El tímpano perforado es el injusto peaje que ha tenido que pagar Joan Miquel Reus por disfrutar de su pasión por el arbitraje y por cruzarse con un energúmeno disfrazado de jugador en el encuentro de Tercera Regional que enfrentaba al Xilvar B y al Son Ferrer. Un puñetazo de un jugador visitante le hace estar en tratamiento y podría llevarle a pasar por quirófano en unos meses. El incidente ha estado a punto de acabar con sus ilusiones por seguir dirigiendo encuentros.
El domingo en Selva el partido discurría con intensidad. «Los jugadores iban al choque y tenía la sensación de que se estaba calentando», explica el colegiado, un estudiante de 21 años que vive su quinta temporada como árbitro. «En el minuto 37 hay una disputa de dos jugadores en carrera en la que uno le pega un puñetazo por la espalda al rival sin venir a cuento. Lo veo y lo expulso. Entonces, viene hacia a mí, me empuja con el pecho desplazándome unos metros y acto seguido me pega un puñetazo», relata Joan Miquel Reus, que no tiene un recuerdo claro de lo que sucede a continuación porque se quedó aturdido -el agresor supera la treintena y ronda el 1,90-.
Asegura que de inmediato representantes de los dos clubes se preocuparon por él y se pusieron de su lado. Se fue solo a su vestuario y ahí comenzó a darle vueltas a si valía la pena seguir pitando. Llamó a la Guardia Civil, a la que posteriormente presentaría una denuncia con el informe del Hospital de Inca, y acabó en Son Espases por la sangre que se observa en las primeras exploraciones. Desde el primer momento comenta que se ha sentido arropado por todos los estamentos, desde jugadores de otros equipos, compañeros árbitros, el comité y la federación.
«Estando solo en el vestuario mientras esperaba a la Guardia Civil me planteé que no volvería a pitar, que no compensa. Después, a medida que anímicamente he estado mejor, he pensado que esto no me va echar para atrás», reflexiona. Es sin lugar a dudas su peor experiencia en un terreno de juego. «Los insultos son en todos los campos e incluso en partidos de niños pequeños», explica al mismo tiempo que asegura que desde hace tiempo prefiere que sus padres no vayan a sus partidos. Desde la resignación lamenta que los insultos y las faltas de respeto estén normalizadas en el fútbol. «Avisamos al delegado de campo cuando escuchas algunas cosas, pero si suspendemos todos los partidos cuando hay insultos no acabaría ninguno», añade.
Por desgracia el caso de Joan Miquel Reus no es el primero y es difícil imaginar que será el último. Hace unas semanas un intento de agresión con arma blanca a la terna arbitral del Collerense-Molinar, ahora un árbitro con el tímpano perforado y casi cada fin de semana incidentes en campos. El fútbol no es esto y este episodio debería hacer reflexionar a los verdaderos apasionados del deporte rey.
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