Manuel García Gargallo/ El fútbol femenino es una realidad que se abre camino a pasos agigantados. Crece el número de practicantes, la atención de los medios, la cantidad de espectadores, las licencias federativas, la implicación de los patrocinadores y el protagonismo de figuras femeninas como ídolos deportivos y referentes para la mujer, sea como aficionada, espectadora o practicante. En Europa los principales clubes europeos también han apostado firmemente, lo cual ha provocado que las principales ligas europeas femeninas acaben siendo un calco de sus homólogas masculinas en cuanto a clubes protagonistas y lo mismo cabe decir de las competiciones europeas. En España, con algo de retraso, el proceso es similar: en la Primera División femenina, 13 de sus 16 equipos son secciones de clubes profesionales masculinos y algo similar ocurre en categorías inferiores. Todo el mundo se apunta a un deporte en franca progresión.
En Baleares el auge es similar al del resto del Estado. La Federació de Futbol de les Illes Balears (FFIB) puede presumir de unas competiciones consolidadas, cuerpos técnicos y selecciones territoriales competitivas de calidad. Además, cuatro clubes son referencia indiscutible por su veteranía y regularidad: CE Algaida (1997), SCD Independiente y UD Collerense (1999) y AD Son Sardina (2006).
Sin embargo, en el fútbol profesional pervive un agujero negro que incomprensiblemente sigue sin resolverse. Si miramos la Primera División masculina, de 20 clubes solo tres carecen de equivalente femenino: Celta de Vigo, Getafe CF y RCD Mallorca. Es decir, el principal equipo de las islas continúa ignorando una realidad deportiva emergente y sin cuyo concurso no podrá confirmarse al más alto nivel. Hoy por hoy, contar con un equipo mallorquín en Primera División femenina sería un éxito; pero a diferencia del resto, parece que el club bermellón renuncia a tal posibilidad. Es especialmente significativo que durante la celebración del pasado 8M (así como en cualquier declaración relacionada con la mujer y el feminismo) la entidad bermellona debe recurrir a todo tipo de piruetas y eufemismos para no decir lo evidente: que el RCD Mallorca apoya a la mujer, pero sin la mujer. Toda una contradicción.
El club mallorquinista ya tuvo equipo femenino durante cinco temporadas (de 2008 a 2013), experiencia que no pudo ser más decepcionante. El proyecto se fundamentó en un solo equipo, sin cantera ni fútbol base, y en ir fichando cada año las figuras del resto de clubes con el reclamo de portar el escudo barralet. Los resultados funcionaron a corto plazo, pero la falta de un proyecto serio fue menoscabando su credibilidad. Jugaban en Son Bibiloni, alejadas del primer plano y sin promoción alguna. Incluso se renunció a algún ascenso por cuestiones económicas, en una entidad que maneja millones de presupuesto. Aun así llegó hasta Segunda División, donde fue vapuleado hasta descender, y solo aguantó una temporada más. Muchos aficionados nunca llegaron a saber de su existencia y quedó como un adorno exótico del club, sin una apuesta seria. Ciertamente, la implantación de un proyecto de fútbol femenino requiere planificación desde la base, tanto formativa como deportiva. Un camino que solo da frutos a medio y largo plazo, pese a que en cualquier deporte la punta de lanza siempre es el equipo sénior.
En parte, la ausencia del RCD Mallorca también ha venido motivada por la existencia de un potente club de referencia: la UD Collerense, líder del fútbol femenino balear durante 20 años y que militó en Primera División durante siete temporadas. Sin embargo, el popular Colle no ha podido seguir el potente crecimiento de la competición femenina y la creciente competitividad de otros clubes nacionales, hasta verse descabalgado del primer nivel. Además, su crisis también ha llegado a nivel local, donde su hegemonía está siendo contestada por la AD Son Sardina y, últimamente, por el At. Baleares.
La línea seguida por la propiedad rojilla no puede verse solo como una cuestión discriminatoria desde la perspectiva de género. Es un caso de monumental miopía desde el punto de vista estratégico, financiero y mediático. Hoy el fútbol femenino es un deporte en pleno auge, un tren que el club se verá obligado a tomar, pero en clara desventaja y cuando se quiera reaccionar se hará tarde y mal. Hasta hace pocos años este deporte no se veía como viable a nivel económico (nos guste o no, en el deporte profesional este factor tiene más peso del que debiera); pero si clubes antaño reticentes como el Real Madrid ya se han incorporado todo indica que el momento llegó. Pero ni así el RCD Mallorca ha reaccionado. A priori poco pueden hacer sus seguidores, pues siendo una SAD las decisiones dependen de una propiedad que decide según criterios empresariales y al margen del parecer de sus abonados. En todo caso, no es necesario ser un avezado analista o strategy advisor para percibir el crecimiento de la liga femenina y actuar en consecuencia.
A todo ello podemos sumar otro factor, fundamental en cualquier deporte: la rivalidad deportiva. Sería apasionante poder reeditar los derbis entre Real Mallorca y At. Baleares en clave femenina, desempolvando la vieja rivalidad que desde 1921 (cien años ya) mantienen sendas aficiones y que últimamente se vive más a pie de calle que en el campo. La pasión y atractivo de reeditar el derbi palmesano es motivo suficiente (otro más) para que el RCD Mallorca se ponga manos a la obra.
En 2018 los blanquiazules crearon su sección de fútbol femenino y en solo cuatro temporadas han logrado construir una poderosa infraestructura deportiva, en condiciones de desbancar a Collerense y Son Sardina como principales equipos en las islas y alcanzar la condición de referente del fútbol femenino balear. Por tanto, la única alternativa con solidez suficiente para disputar la primacía a las baleáricas son las mallorquinistas.
Sería ilusionante poder presenciar a Mallorca y Baleares enfrentarse a principios de la próxima temporada en dos torneos creados a tal efecto: en un Trofeo Ciutat de Palma femenino, en Son Moix, o en un Trofeo Margarita Miranda (equivalente al Brondo) en el Estadi Balear. Poder ver enfrentarse a mallorquinistas y baleáricas, en igualdad de fuerzas o en una situación de insólita superioridad blanquiazul, generaría una expectación añadida por un fútbol femenino que ha llegado definitivamente para quedarse, aunque aún sea denostado por el club bermellón por prejuicios, desdén o ignorancia.
Es de esperar que un día las aficionadas rojillas hagan oír su voz para verse representadas por su club en el terreno de juego. No solo como abonadas o aficionadas: también como jugadoras, tal como ocurre con el resto de grandes clubes de la Liga española. Una lamentable excepción.
Diario de Mallorca
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