Partido emocionante y de categoría. Dos goles de David Villa, el segundo de penalty y una lección magistral de Vicente del Bosque desde el banquillo dieron a La Roja una victoria muy trabajada por 2-1 ante un gran rival.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto “Federico García Lorca”, el nombre del poeta ya sugiere emociones y bellezas. Al contemplar el espectáculo de Granada y de su historia, de su riqueza secular, el alma de los hombres se sensibiliza. Con la ciudad envolviendo las calles, los caminos de la Selección, el corazón se emociona. Granada es ciudad talismán. Los Cármenes se convirtieron en una casa hecha a la medida de La Roja. 16.400 espectadores transformaron el fútbol en una pasión desatada en la poesía y los cuentos que sustentan las piedras y jardines de la Alhambra.
Del Bosque advirtió, al llegar, que este grupo de clasificación parecía una eliminatoria de Copa entre checos y españoles. Planteó el partido con conocimiento y sabiduría, con un criterio claro y preciso. La posesión infinita, interminable, agotadora, sería el arma primordial. La calidad de los once titulares pondría el resto. España jugó con todos los recursos necesarios para ganar un partido. Sin embargo, se encontró con el marcador adverso cuando, a los veintiocho minutos del primer tiempo, Jaroslaw Plazil cazó un disparo duro pegado a la cepa del poste izquierdo de Iker, que estaba tapado por defensas propios y atacantes ajenos. Nadie se inmutó. Nada se alteró. España persistió en su idea de juego. Y nos fuimos al descanso con 0-1. Atrás, con Casillas, la línea de cuatro zagueros presentó a Arbeloa de lateral derecho, a Capdevila en la banda izquierda y a Piqué y Ramos de centrales. Por delante, Busquets, Xavi, que cumplió sus cien partidos con la Selección, y Alonso surtían el fútbol con Navas como exterior derecho, Iniesta por el contrario y David Villa en el eje del área.
En la segunda parte, Del Bosque, magistral, dejó a Xabi Alonso, amonestado, en el vestuario y puso a Torres en el puesto de delantero centro. Escoró a Villa a la izquierda del ataque y concedió más perspectiva, unos metros por detrás a Xavi e Iniesta. Luego, volvió a recolocar todo al retirar a Capdevila para dar entrada a Cazorla. Ramos al lateral derecho, Arbeloa a la izquierda, Piqué de central casi único, Busquets bajando cuando era menester y así fue tejiendo la madeja para superar numéricamente el medio campo checo. El equipo se armaba mejor, con creación de huecos, con velocidad, con visión, aperturas a las bandas, llegaron los pases de tiralíneas y comenzó a cocerse el gol. Llegó por la derecha, en un balón a la frontal del área. Apareció David Villa, el hijo de Mel, el asturiano de sangre minera y mentalidad perforadora. Se deshizo de tres posiciones enemigas, lanzó un tiro tremendo y mandó el balón cerca del palo izquierdo de Cesch, el héroe del partido checo hasta ese momento. Villa se desquitó de tres paradas de lujo del guardameta del Chelsea, el hombre que nació en un parto de trillizos, el mismo que superó en 2007 una fractura de cráneo. Villa consiguió romper la férrea línea defensiva y a la cuarta ocasión taladró el portal enemigo como quien mete el pico en la veta de carbón. Inapelable.
Con el empate, a los veinticuatro minutos de la segunda parte, nació otro partido, el de la convicción, el de la seguridad, el de la certeza en el triunfo. Y cuatro minutos más tarde, Andrés Iniesta, el chico del minuto 116, se convirtió en un extremo izquierdo rápido, de quiebro endiablado. Tomó la pelota, se fue directo a la línea de fondo y cuando se disponía a dar el pase de la muerte, fue derribado por detrás con claridad. Víctor Kasai, un excelente árbitro húngaro, que ya pitó la semifinal del mundial contra Alemania, no lo dudó. De nuevo, el 7 de España se fue a por el balón. Villa se había convertido con su primer gol en el máximo goleador de todos los tiempos de la Selección Española. Colocó la pelota. Miró al portero y le lanzó un misil ajustado al poste derecho. Gol. Remontada. 2-1 para España, tres puntos de oro, cuarenta y seis goles para el astur, un descendiente de don Pelayo en las tierras que entregó Boabdil, después de ochocientos años de Reconquista. Los Cármenes enloquecieron. Los goles de Villa, los goles de La Roja, premiaron la apuesta de Del Bosque por una idea de fútbol maravillosa y por sus correcciones sobre la marcha. Y, con el objetivo cumplido, se fue Navas y entró Marchena, se recolocó la zaga y se apuraron los minutos.
Vicente del Bosque dio en Granada una lección de planteamiento y desarrollo, de valentía y de mesura en la necesidad. España ganó porque fue muy superior a Chequia, que cuenta con un gran equipo y que tuvo que rendirse a una Selección que le quitó la pelota antes de bajarse del avión. España mereció más premio.
Granada ha sido testigo excepcional de un partido muy trabajado, muy elaborado, muy pensado y muy bien puesto en escena. No faltó la emoción, no faltó la preocupación pero siempre estuvieron presentes la confianza, la seguridad y la certeza de que la fe en una idea debe perdurar por encima de las circunstancias. España y Del Bosque así lo quisieron, en una ciudad especialmente entrañable para Toni Grande, su inseparable hombre de confianza. Mérito de los futbolistas y de un cuerpo técnico superlativo conducido por aquel que, siendo en la vida Marqués, en el fútbol es rey.
RFEF
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