No es algo habitual, porque los milagros se dan muy ocasionalmente y los Deus ex machina son más propios de las tragedias griegas que de otra cosa, pero a veces ocurre. Uno va caminando sediento, sin rumbo fijo y buscando un oasis en medio del desierto que alivie sus penas, cuando tropieza con una vetusta y reluciente lámpara de aceite y no puede más que bendecir su suerte ante la certeza de que en su interior existirá un genio que cumpla nuestros tres deseos de rigor.
Y entonces aparece. Confiado y todopoderoso, sin pedir remuneración alguna, pone sus mágicas habilidades al servicio de tus deseos. -“Quiero que mi equipo tenga dinero y realice grandes fichajes”, -“Concedido. Te quedan dos deseos.”, -“También deseo un estadio nuevo, uno muy grande.”, -“Tus deseos son órdenes para mi. Te queda uno.”, -“Pues quiero que mi equipo tenga fama, y que la gente hable mucho de él y algún día ser como el Madrid y el Barcelona”, -“Está bien, concedido”. Entonces uno se siente feliz, soñando que su equipo, que siempre había sido un club ascensor de éxitos modestos, podrá convertirse en una entidad todopoderosa y envidiada.
Eso mismo debían pensar los aficionados malaguistas cuando el jeque Abdullah Al-Thani arribó a su club haciendo gala de una ostentosa billetera y una cuadrilla de coches deportivos. Al jeque se le llenaba la boca hablando de proyectos de Champions League a medio plazo y de fichar a grandes jugadores, pero la realidad es que pese a la inversión realizada, el Málaga afrontará su partido contra el Mallorca en puestos de descenso, con la salvación a su alcance, pero hundido en el fango del que no ha logrado salir en las últimas once jornadas.
El ejemplo del Málaga es evidente, y hablamos de él por la proximidad con el partido del liga del sábado, pero de la misma manera que nos fijamos en la gestión de Al-Thani, podríamos hablar de Alí Syed y las nóminas impagadas, o del caso del Portsmouth, quebrado y descendido pese a “disfrutar” también de unos dueños millonarios.
Cada cuál que saque sus propias conclusiones. De momento, hasta que los mallorquinistas nos topemos con una lámpara de las que contienen un genio encarcelado, será mejor que dejemos trabajar tranquilamente a los que conocen los entresijos del fútbol, no vaya a ser que la travesía desértica se alargue en el tiempo y tengamos que construir nuestros propios oasis.
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