Tomeu Maura
Cuando acabó el partido de ayer en Alicante, el Mallorca había dejado prácticamente cerrada su permanencia en Primera División. Debería haber sido un motivo de alegría. Sin embargo, ni los jugadores ni el cuerpo técnico recibieron la menor felicitación por parte de los tres directivos presentes en el Rico Pérez. El enfado de Llorenç Serra Ferrer, Jaume Cladera y Miquel Coca por la lamentable actuación del equipo en la primera parte era tan profundo que abandonaron el estadio sin bajar ni siquiera a los vestuarios.Enervados por lo que consideraban una actitud inexplicable teniendo en cuenta lo muchísimo que se estaba jugando el club, los directivos tampoco estuvieron presentes en la cena posterior al partido. Además, procuraron postergar su regreso al hotel con el tiempo suficiente como para no tener que encontrarse a nadie en la recepción. Por la mañana Llorenç Serra Ferrer se marchó muy pronto a Barcelona, donde ha estado durante todo el día tratando de cerrar un fichaje. Con la expedición volvió Jaume Cladera, pero prácticamente ni abrió la boca. La procesión iba por dentro.
El proceso de degradación que ha sufrido el equipo en una segunda vuelta en la que sólo ha sido capaz de sumar 17 puntos es ya evidente para todos. También la identidad del responsable de esta descomposición. El club ha perdido toda la confianza que había depositado en Michael Laudrup, pero se encuentra con un grave problema: está atado a un contrato que no finaliza hasta el 30 de junio de 2012 y que implica un salario de 700.000 euros más primas por objetivos. Una barrera infranqueable para una entidad en concurso de acreedores.
El Mallorca no puede plantear a los administradores concursales la necesidad de cambiar de entrenador porque no lo autorizarán. La política de contención de gasto obliga a respetar un contrato que se ha convertido en un grave problema. Aunque oficialmente nadie va a admitirlo jamás, ya no hay ni una sola voz que defienda la continuidad de Laudrup. Es más, en el club están aterrorizados ante lo que puede suceder la próxima temporada con el danés en el banquillo, porque saben que el nivel de exigencia en la Primera División va a aumentar, y sólo anhelan porque le llegue alguna oferta y exprese su voluntad de marcharse. Si no es así, no pueden echarle. Es la triste realidad.
El análisis del trabajo de Laudrup tras su primera temporada no puede ser más negativo: el equipo es una ruina física y táctica, carece de poder de reacción en el banquillo y es incapaz de ejercer como motivador. Eso sí, nunca pierde la ocasión de demostrar que mantiene su exquisito toque y participa en los partidillos y en los rondos como un futbolista más. Ni corrige errores ni aporta ideas. Sólo le interesa exhibir lo bueno que sigue siendo con el balón.
Y eso, en el ámbito deportivo, porque a nivel social la indignación del club con el danés es todavía más profunda. Ni se ha implicado en el proyecto ni ha querido participar en ninguno de los actos sociales en los que le han pedido su colaboración, incluyendo las visitas que se efectúan a las peñas. Su relación finaliza en el momento en el que cruza la puerta de salida de la Ciudad Deportiva. Y, por supuesto, ni una sola vez se ha dignado a acompañar a Serra Ferrer para presenciar un partido del equipo filial o juvenil. Laudrup vive en su propio mundo, y el Mallorca no sabe cómo quitárselo de en medio.
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