Aunque fabricar instrumentos de ´ball pagès´ se ha convertido en válvula de escape en los últimos años, esta memoria viva del fútbol pitiuso no puede olvidar su paso por el club santaeulaliense, entidad en la que hizo de todo –«nunca mandando, porque no me gusta»– durante 37 años, desde pintar las líneas del campo a lavar la ropa de los canteranos.
Toni Juan Colomar, Ros (Sant Carles, 3 de abril de 1944), se casó dos veces. Primero, con María Roig, matrimonio que todavía dura «felizmente». Años después, con la Peña Deportiva. Este carpintero de profesión entró en la entidad en 1974 y dejó de ejercer de ‘hombre para todo’ 37 años después. Su vida ha estado tan ligada a la formación santaeulaliense que, como cuenta, sus cuatro hijos «se criaron en el campo». Un terreno de juego que ha visto crecer y mejorar desde la banca de delegado en la que se sentó en tantos partidos de su Peña.
Han pasado casi cuatro décadas desde que entró en el club, pero no puede desengancharse de este campo.
Me retiré al final de la temporada 2010/2011, pero sigo yendo a casi todos los partidos. Raro es el día en el que no paso por aquí, aunque sea para dar un paseo.
¿Cómo le convencieron para que ayudara a reflotar a la Peña?
A través de un amigo de Santa Eulària, Toni Marí Joan. Él era un gran aficionado al fútbol y quería formar una nueva directiva que levantara un club que no tenía equipos. Un día me pidió ayuda y acepté. Nunca había jugado a fútbol porque empecé a trabajar muy pronto. De niño, en la finca de mi familia y a los catorce, en una carpintería.
¿Pero era futbolero?
Sí, mucho. Recuerdo que el primer partido que vi fue en 1955. Mi padre me llevó al antiguo campo de Ses Estaques, yo tenía once años. Recuerdo que jugaban la Peña contra el Rondalles, que era un equipo de Vila. Además, era del Real Madrid, pero en aquella época televisaban pocos partidos, había pocos aparatos. ¡Nos quedaba la radio!
¿Fue difícil hacer resurgir un club casi desaparecido?
Hubo que tener paciencia. Primero convencimos a un grupo de amigos del pueblo para hacer un equipito. Poco a poco fueron entrando jugadores. El primer entrenador fue Miguel Juan, Miquel de la Pagesa, cuando pudimos hacer un equipo estable para la Regional, en 1982. En 1985 subimos a Tercera.
Tres décadas después, la Peña es uno de los ‘gallos’ de la Tercera. ¡Vaya cambio!
Ha cambiado todo. Incluso hemos tenido al equipo dos veces en Segunda B, aunque ninguna de las dos se ha podido mantener. ¡Fíjate que aquí mismo, donde está el campo no había casi nada! Era una explanada de tierra, llena de piedras. Nuestro calentamiento antes de los entrenamientos consistía en recoger todos los pedruscos. Los jugadores estiraban mientras los iban metiendo en un senalló.
¿Cuántos cargos ha tenido?
He hecho de todo. Se supone que entré como vocal, pero trabajábamos muchísimo. Éramos un grupo de siete personas y, a finales de los 70, la Peña organizaba todas las fiestas del pueblo: Carnaval, el Diumenge de Maig, los Reyes… Recuerdo que íbamos por el pueblo pidiendo por las tiendas ayuda para poder pagar el arbitraje del domingo. Éramos casi como recaudadores de impuestos (ríe), los comerciantes tenían que estar hartos. ¡Estábamos más vistos que el tebeo.
También ha trabajado muchísimo con la cantera. Ha sido un padre por las tardes para muchos chicos de Santa Eulària.
Mi relación con los chavales siempre ha sido muy buena (le asoma una lágrima y le tiembla la voz). Muchos ya tienen cerca de 40 años y todavía me saludan por la calle. A veces te hacían cabrear…
¿Recuerda alguna anécdota?
Al poco de poner la iluminación actual, llegué una tarde de invierno de la carpintería poco después de la puesta de sol. Cuando entré en el campo, un grupo de chavales que estaban junto a la torre, se quedaron muy serios y callados. Yo ya me imaginaba que algo pasaba, pero encendí la luz. Cuando me di cuenta de que había un chico que se llamaba Toni en lo alto de la torre, casi me da algo. Le obligué a bajar y le castigué sin entrenar. Cuando llegó a casa, se justificó delante de su padre: «En Ros m’ha arrestat». Pese a la travesura, ese chico es uno de los mejores que he tenido. Disfruté muchísimo viajando con las categorías inferiores. En un viaje a Palma me gané el apodo de ‘Doctor Ros’ porque un equipo de Maó me vio darles vitaminas a los chicos y pensaron que teníamos médico.
Pocos canteranos se ven en el plantel en los últimos años…
Es una lástima. Muchos de los que se han marchado podrían jugar aquí perfectamente. No entiendo por qué Dani Gómez no está en el equipo, igual que Raúl, su hermano. Torres, el portero, también es de los mejores que he visto en este campo. Creo que la falta de jugadores locales influye en que la gente del pueblo tampoco se acerque al campo los domingos. Deportivamente, no sé que ha pasado este año, pero creo que deberíamos jugar mejor y estar más arriba.
¿Su familia compartió su vocación deportiva?
Totalmente. Mi mujer estuvo trabajando un tiempo de limpiadora y mis dos hijos varones, Toni y Juan José, han jugado hasta juveniles. A mis dos hijas, Mónica y Olga, ya no las tengo conmigo desgraciadamente. Las dos siempre hicieron deporte aquí, la primera jugó a básquet y luego se hizo árbitro. Se puede decir que mis cuatro hijos han nacido en este campo de fútbol. Nunca he recibido un duro del club, lo he hecho todo por amor al arte. Cuando cerraba la carpintería, me venía al campo.
Fue delegado durante muchos años. ¿Había que tener la misma paciencia para no protestar al árbitro que la que invierte ahora para fabricar instrumentos de ‘ball pagès’?
Parecida, aunque yo siempre he sabido controlarme. Solo me expulsaron una vez y no fue como delegado. Era auxiliar de Tolo Darder y el árbitro me sacó la roja repentinamente contra el Hospitalet. Después puso en el acta que me había expulsado por dirigirme al colegiado con la boca cerrada (ríe).
Diario de Ibiza
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