La tanda de penaltis (4-2) conduce justamente a España a la final del Europeo

España a la final del Europeo

Alineaciones:

Portugal: Patricio, Pereira, Pepe, Alves, Coentrao; Nani, Veloso (Custodio, 105’), Moutinho, Meireles (Varela, 112’); Ronaldo y Almeida (Oliveira, 80’).

España: Casillas; Arbeloa, Piqué, Ramos, Alba; Busquets; Silva (Navas, 59’), Alonso, Xavi (Pedro, 85’), Iniesta; Negredo (Cesc, 54’).

Árbitro: El colegiado turco Cüneyt Cakir.

Tarjetas: Amarillas por España  a Ramos (39’), Arbeloa (83’) y Alonso (112’) y por Portugal Coentrao (45’), Pepe (59’), Pereira (63’), Alves (85’) y  Veloso (92’)

Estadio: Donbass Arena de Donetsk. Temperatura muy agradable, 23º. Prácticamente lleno, con dos millares de españoles en las gradas que no dejaron de animar. UEFA hizo un llamamiento al respeto y a la diversidad en el fútbol antes de que comenzara el encuentro. Los jugadores españoles lucieron brazaletes negros en recuerdo de Miki Roqué, recientemente fallecido.

Resultado: Portugal0-0 España

Penaltis: Portugal 2-4 España. Xabi Alonso (para Patricio); Moutinho (para Casillas), Iniesta (gol), Pepe (gol), Piqué (gol), Nani (gol), Ramos ( gol), Alves (larguero), Cesc (gol).

Comentario:

Marcaron Iniesta, Piqué, Ramos y Cesc, resolviendo un partido dramático que la selección debió ganar antes por juego y oportunidades. España, con una formidable defensa y un generoso y formidable trabajo general, neutralizó absolutamente a Ronaldo y, con ello, los peligros de Portugal.

Como en sus tiempos más épicos, de los que hay tantos ejemplos; como en sus noches rompe corazones, que también son muchas; como en esos días de leyenda que siempre se recuerdan cuando uno ha de elogiar la conducta, la pasión y los méritos de nuestros futbolistas, España ha añadido otra proeza a las incontables de su largo historial. Ha conseguido clasificarse para la final del Europeo Polonia/Ucrania, yo diría que contra pronóstico, pero con absoluto merecimiento, derrotando a Portugal en la tanda de penaltis, en la que las manos mágicas de Casillas maquillaron la parada inicial de Bento a Alonso y en la que, después, marcaron sin titubear Iniesta, Piqué, Ramos y Cesc, mientras Alves mandaba el balón al larguero, evitando, incluso, que alcanzara el turno a CR 7, la última baza de los lusos, esta noche irreconocible, borrado del mapa por la zaga y el coraje de una selección española, que así alcanza su cuarta final europea, segunda consecutiva, hazaña, sin duda, más allá del gusto que le hayamos sacado a este duelo que nos devuelve a las noches imborrables de Austria en 2008 y Sudáfrica en 2010.

Una semifinal, sea de lo que sea, siempre es un asunto de enorme importancia, de los que quitan el sueño, de los que abren debates interminables. Cuando quienes la disputan son viejos y cercanos conocidos, y rivales, además, de siempre, selecciones de calidad y potencia contrastadas como España y Portugal y entre los dos reúnen a más de medio “once” de un club determinado y fortísimo, el Real Madrid (Casillas, Arbeloa, Ramos, Pepe, Coentrao, Ronaldo), entonces el choque tiene mucho más y supera cualquier expectativa. Que dé o no respuesta a las esperanzas futbolísticas depositadas en él es otra cosa, porque la expectación no siempre está reñida con la cautela extrema, que es lo que suele ocurrir cuando son detalles y simples detalles los que deciden la fortuna o el fracaso.

Poco antes de empezar el partido, Ronaldo, inevitablemente el hombre a seguir por España, se acercó a la banda, charló unos segundos con dos miembros de la delegación lusa y se atusó el cabello, bien lustroso. Arbeloa, su marcador, le siguió con la mirada. El marcaje a CR 7 era la gran clave del partido por su indudable calidad y por su potencia de fuego. Ronaldo se movió entre la banda y el interior y no tuvo un marcador determinado. Desde luego no fue Arbeloa, que no le siguió. Del Bosque optó por la zona como la mejor forma de pararle . Portugal le buscó siempre y eso no fue una sorpresa para nadie. Sin él son, desde luego, mucho menos.

La luso dependencia de CR 7 no varió los esquemas de España, siempre fiel a su estilo, ése que dice Del Bosque que llevábamos años persiguiendo y que ahora no nos gusta o que nos gusta menos. Hay matices, naturalmente que sí. Con Silva a la derecha, marcado por Coentrao; Iniesta, en la izquierda, seguido por Pereira; con los dos “Xavis” de pivotes (Hernández ante Veloso y Alonso, frente a Moutinho), el campeón buscó el trenzado de su fútbol poco ayudado por un árbitro que irritó a todos. Abocado el duelo a los contrastes inevitables, al del desplazamiento rápido o el control, al de los balones largos o cortos, el juego respondió a la táctica, sin márgenes para el lucimiento. El campeón del mundo y de Europa no varió un ápice su forma de entender el choque, manejando los efectos físicos de una campaña larguísima y de una Eurocopa asfixiante. La mejor de sus ocasiones fue una llegada y remate de Arbeloa, que se marchó alta por poco, rondando los 9 minutos de juego; la segunda, un disparo ligeramente alto de Iniesta, a los 28’;las de Portugal, un par de apariciones laterales, ¡cómo no!, de Ronaldo, que la defensa evitó sin grandes apuros. El temor al tsunami que pudiera producir CR 7 ni fue tal ni causó las conmociones que el portugués había provocado ante otros rivales. Ni siquiera un remate suyo que se fue no lejos del poste izquierdo de Casillas a los 31’ despertó mayores problemas.

El guión de España volvió a ajustarse como un guante a su estilo, el uso del balón de sus jugadores y su poderío físico, el que tiene en estos momentos, que no es sobrado. La razón de su juego está en tener el cuero, prolongar la jugada hasta encontrar un hueco, no apresurarse nunca, mantener la cabeza fría, no caer en las tentaciones del corazón y esperar un momento para propinar un mazazo. Le gustará eso o no les gustará a todos, pero como decía aquel esto es lo que hay y eso es lo que hemos de aprovechar. Hubo un tiempo en el que disfrutando de jugadores más veloces, más ofensivos, de balón largo y ataques a la bayoneta calada decíamos que entusiasmábamos, pero no ganábamos nada y veíamos como otros, con o sin un juego largo, atesoraban trofeos en sus vitrinas.

Portugal tampoco hizo un fútbol de desbordante alegría, temerosa, precisamente, de que el toque español acabara causándole estragos. No atacó por la banda de Simao, no se vió a Hugo Almeida, no incorporó a Moutinho y Meireles más allá de las cercanías del medio campo español, es decir, no tuvo profundidad y, desde luego, no se vieron los inmensos problemas que Paulo Bento, su entrenador, anticipó que iban a causar al campeón. Ronaldo apareció intermitentemente, aunque su equipo llevara más la iniciativa, que Del Bosque pareció aceptar, pero nunca se percibió en el ambiente durante gran parte del encuentro, tenso, con el banquillo portugués levatándose en masa en cada decisión arbitral, que no vistoso, si lo que iba a imponerse era la “ronaldodependencia” con un golpe de “k-0”, que tanto gusta al portugués, o la serenidad del campeón, amarrando el balón hasta que le llegara la suya.

Los partidos que despiertan tanta expectación, por lo que está en juego y por lo que contrastan, suelen provocar, también, exageradas respuestas. España las padece ahora porque se entiende que practica un fútbol nada acorde con sus raíces. Es verdad que ante Portugal no buscó con desesperación latente el marco de Patricio, pero también lo es que dos de sus llegadas provocaron mayor temor en el guardameta portugués que las de Ronaldo en Casillas. Parece imposible pretender que esta España de la exquisitez sea, a la vez, un vértigo, un látigo mortal, un paraíso de otro fútbol, que no practicamos, pero que nos ha dado nuestros mejores resultados.

Esa forma de ver el fútbol, las necesidades del equipo, volvió a ponerlas de manifiesto Del Bosque con el primero de sus cambios. Sustituyó a Negredo, un punta auténtico como Torres, por la alternativa a ambos, un delantero falso, Cesc, que entró a los 54’, mientras en banda calentaban Navas y Pedro. Desactivado por entonces Ronaldo, que buscó el vértice del ataque para obtener ventajas que no encontró, a los 60’, Del Bosque echó mano de una decisión semejante a la de la noche de Francia. Para frenar a Portugal, indecisa, tibia, pero una amenaza, claro está, hacía falta algo más en ataque. Entró Navas, que se situó en su espacio natural. El partido había derivado ya hacia un duelo empantanado, con predominio de las defensas sobre los ataques, apretado y disputado en el centro y, por eso mismo, impreciso. No era lo mejor para la vista si lo que uno quiere es ese espectáculo febril del ir y volver, sin cuidados, todos ciegamente al ataque, todos en busca del gol. Una quimera.

España volvió a jugar mejor, más bonito, si se prefiere, o ambas cosas a la vez, cuando aligeró su ritmo con jugadores de refresco. Eso no es una casualidad, sino una conclusión. Como frente a la tricolor de Laurent Blanc. Le faltó remate certero, es verdad, pero neutralizó a Portugal, incapaz de generar juego en el medio campo y con Ronaldo, absolutamente borrado del campo. Ninguno de sus saques de falta, su arma maravillosa, fue a puerta. Cristiano no apareció y cerró su noche negra con un disparo altísimo en un contragolpe portugués en el minuto 90. Los aficionados españoles corearon el nombre de Messi.

La prórroga no cambió los rumbos del encuentro, con claro dominio español ahora (489 pases en el primer tiempo por 279 de los portugueses), mucha más llegada de los campeones y emoción a raudales cómo no puede ser menos. Todo pudo quedar resuelto si Iniesta hubiese empujado un balón que le llegó por la izquierda, tras porfiar Pedro y Alba hasta llevárselo, o al borde del descanso cuando Ramos mandó a dos palmos del larguero el saque de una falta, pero, por lo visto, la noche quería más. Navas también pudo marcar a los 110’, con un Portugal nada inmenso y pensando en los penaltis. Y Pedro, en una arrancada a los 113 que no pudo cerrar. España que era muy superior desde hacía tiempo no encontró, sin embargo, premio a su colosal esfuerzo, su mejor fútbol en esta fase, sus méritos indiscutibles para haber vencido y tuvo que fiar su destino a los penaltis, un peligro innecesario al que nunca debió llegar, pero que hacen aún más grande la inmensa alegría de otro triunfo histórico.

RFEF

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