Miguel Sureda
Llegó Serra Ferrer al Real Mallorca. Y con él, su discurso de un proyecto ilusionante sostenido en la cantera. Nutrirse de los frutos de Son Bibiloni se aventuraba fundamental en el contexto de quiebra económica en que malvivía el club. Y en su primera temporada la cosa, pese a los apuros finales, medio funcionó. Al fin y al cabo, la generación se estaba acabando de gestar a su llegada era realmente buena. Tejera, Pina, Pereira, Ximo o Kevin, integrantes posteriormente de la primera plantilla, militaban por aquel entonces en el filial. Y otros como Sergi Enrich, Xisco Hernández, Tomeu Nadal o Truyols, aunque no llegaran finalmente, parecían tener antes sí un futuro muy prometedor. Como digo, la hornada en aquella época era realmente buena.
El problema es que apenas fue un oasis. La cantera mallorquinista, y balear en general, jamás ha sido excesivamente prolífica. Los jugadores que han surgido de las islas para afianzarse en Primera División (observen que ni siquiera uso el verbo “triunfar”) en, pongamos la última década, se pueden contar con los dedos de las manos. Voy más allá: Sería realmente difícil componer una selección Balear utilizando sólo jugador en la élite. Y ahí radica problema del proyecto soñado por Serra Ferrer, puesto que si la ascensión y estabilización de jugadores en la primera plantilla ha sido siempre puntual, no se iba a convertir en un hecho sólo con anunciar un proyecto de cantera. Para eso hacía falta un proyecto con pilares maestros, una inversión casi a fondo perdido y tiempo suficiente como para que diera sus frutos.
Una cantera encuentra similitud en un río que contiene oro. Hay que saber encontrar con paciencia las pepitas a base de filtrar y filtrar arenisca para, en muchas ocasiones, marcharse a casa con los bolsillos vacíos. Uno no lo va a encontrar sólo con proponérselo. Primero hay que saber dónde buscar, y posteriormente saber cómo filtrarlo. Pero sucedió que en el Mallorca la paciencia no entró en la ecuación y se desearon resultados rápidos, tanto por parte de la directiva del club como de la afición. Así, empezaron subir al primer equipo jugadores aún en fase de formación o sin la calidad suficiente como para mantenerse, algo de lo que Caparrós tuvo bastante culpa. El entrenador de Utrera es muy dado (lo podréis observar en toda su trayectoria) a abrirle la puerta del primer equipo a los canteranos. De su mano debutaron: Álvaro, Marc Fernández, Charlie, Uche, Pablo Marí, Nico, Company, Abdón, Brandon y Cristeto (estos dos últimos aún siendo juveniles). Ninguno de ellos, salvo en el caso de Álvaro, la niña de los ojos de Capa, tuvo la más mínima continuidad. Da la sensación de que se les probaba ‘al tun tun’, tentando a la suerte, a ver si alguno de verdad demostraba ser bueno, cuando en realidad deberían ganarse ellos mismos los minutos en el primer equipo tirando abajo la puerta. Algo que no estaba sucediendo, puesto que el equipo filial demostraba semana tras semana estar aún muy verde. Y que conste, a nadie más que a mi le gustaría que los chicos de Son Bibiloni acabaran jugando en el primer equipo, pero todo a su debido tiempo y sólo si han demostrado merecerlo.
Adicionalmente, existe un problema sintomático que atiende muy poco a planificaciones: La fuga de talentos. La fiebre del oro que es el fútbol formativo ha llevado a que cada vez más se busque en ríos ajenos, cada vez más cerca del nacimiento del río. Temporada tras temporada vuelan jóvenes valores a tierras que consideran más prósperas. No se van a cualquier lugar, claro, suelen hacerlo a clubes con estructuras mucho más sólidas en categorías inferires. Clubes que pueden dedicar más dinero a la captación y manutención de esos jóvenes futbolistas, que pueden permitirse dedicar un importante porcentaje de sus ingresos a invertirlo en su cantera. Porque no nos engañemos, para que surja de La Masía un Messi o un Iniesta ha hecho falta que el Barcelona captase, probase y desechase a docenas y docenas de canteranos. Y para eso hace falta dinero.
Tampoco existe en la isla un gran sentimiento de pertenencia, un factor que en otros lugares favorece a la retención de jóvenes valores. El orgullo de jugar en el equipo de tu ciudad o tu tierra, más allá de las ofertas externas, se da más bien poco en Mallorca. Y es que la cantera es un reflejo de la sociedad futbolera. En Mallorca y en el Mallorca, la sensación de arraigo se da en muchos menos casos, quién sabe si herencia cultural de tantos pueblos y civilizaciones que han ido y venido en nuestras islas. Así, el atractivo que supone llegar algún día al primer equipo, el estímulo que supone para los muchachos mallorquines llegar a defender ese escudo algún día, es un aliciente menos convincente que portar el de Real Madrid o Barcelona, por no hablar del económico.
Un proyecto de cantera es un plan a largo plazo. Unas estructuras sólidas trabajadas con los años que permitan a los que tienen talento llegar a la élite. Un triste desfile de jugadores desilusionados por no haber llegado arriba, pero siempre necesario en la criba por encontrar las pepitas de oro. El resto, darle minutos a jugadores para ponerse medallas, valorar si tal jugador que era más bien normal en el filial podría jugar en el primer equipo, o criticar ante los medios que no te han abierto unas puertas que deberías haber derribado tú mismo, es puro humo.
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Nota: Decidí escribir este post por varios motivos. El primero, la noticia que Joán Barberá publicaba ayer según la cual el Barça quiere fichar a Joan Campins, lateral del Mallorca B. El segundo, la montaña de opiniones, tanto de aficionados como de informadores (me incluyo en ambas categorías) sobre qué jugadores deberían renovar y/o jugar con el primer equipo. Yo mismo opinaba hace no mucho que Nico Fernández y Xisco Hernández, ambos mediapuntas del Mallorca B, debían tener sitio en el primer equipo. Hoy uno juega en La Hoya de Lorca y el otro en el Lleida, ambos en Segunda División B.
Futboldesdemallorca.com
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