Martín Mora tiene el título de haber sido el primer mallorquín en defender la portería del Real Mallorca en la Primera División española. Su gran físico y condiciones le valieron para llegar a convertirse en profesional, y el mejor compañero de Ricardo Zamora junior, con quien compartió la defensa del arco mallorquinista durante dos temporadas.
Sería injusto reducir a este titulo la valía del distinguido. Como se ha visto después, aquel portentoso físico que le condujo a la élite del fútbol, era proporcional y equivalente a su gran humanidad.
Ya sorprendió en la época su repentina y temprana retirada del fútbol profesional. No fue un hecho casual ni anecdótico, ya que para glosar completa y justamente la vida de Martín Mora hay que referirse a la causa y a la persona que le condujo a aquella generosa decisión, y que llegó a convertirse en uno de los eventos sociales más multitudinarios de la época: su matrimonio con Maruja Garcia Nicolau, el amor de su vida, esposa y madre de sus seis hijos.
Quien no ha escuchado a Martin Mora hablar de Maruja es que nunca ha conversado un rato con él. Es imposible referirse a Martín sin hacer mención a quien es su mujer desde hace 50 años. Una persona recelosa puede pensar inicialmente que es un recurso amable que utiliza Martín para entablar conversación, – hecho fácil desde el primer instante en que se le conoce -, pero pasado el tiempo, nadie puede dudar de que ese gesto fluye tan natural como igual de inherente es a su persona su característico y personalísimo paso andariego.
El relato de la vida de Martín es una oda permanente a la generosidad. Generosa fue aquella sonora renuncia como después fue la entrega a su familia numerosa, y como ha sido su vida dedicada a los demás a través del deporte. Se le ha escuchado decir en numerosas ocasiones que si él llego a ser un deportista de élite fue gracias a los talentos innatos que Dios le dio, y que por imitación, ha querido regalar lo que tiene y conoce a cientos, quizá miles de niños y jóvenes que han tenido y trabajado con la ilusión de querer llegar a dónde él llegó, la Primera División del fútbol español.
Los valores más ocultos y puros que aguarda el fútbol modesto, los encarna Martín Mora. La dedicación abnegada, silenciosa, discreta y un tanto insensata, en favor de aquellos niños y jóvenes que van detrás de un balón, movidos mayormente por la ilusión de la pasión por el fútbol. La pasión inocente, ingenua, generosa.
Por eso mismo, si bien en ocasiones llegó a entrenar a porteros adultos, lo que realmente ha movido a Martín Mora a dedicarse más de media vida al fútbol de formación han sido los niños, y fundamentalmente, aquellos, de clubes mas modestos de nuestra ciudad.
El deporte ha sido su gran aliado para hacer amistad, llegar e influir en los demás. Esta alianza estrecha le valió hace años recibir el Cornelius Atticus por parte del Govern de les Illes Balears, distinción que reconoce una vida dedicada al deporte. Si aquella distinción fue justa por los años dedicados, la medalla de oro de la ciudad, quiere completar la calidad y la generosidad de tanta dedicación en favor de aquellos ilusionados niños de barriada, que en el gigante guardameta han visto un coloso aún mayor en valores humanos.
Por todo ello, el Pleno de forma unánime le considera merecedor de la medalla de oro de la ciudad de Palma.
Redacción
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