Tomeu Maura
Cuatro años y medio después, el Mallorca vuelve a pertenecer a un solo propietario y pone punto final a su segunda experiencia de titularidad compartida con un epitafio casi idéntico al que sirvió como epílogo en el verano de 2005, hace casi una década, al desembarco de Vicenç Grande y el Grupo Drac como relevo de aquel Consejo de Administración plural que Mateu Alemany se sacó de la manga como alternativa a la marcha de la familia Asensio. Los acontecimientos vuelven a dejar patente que el fútbol profesional español no puede ser regido de otra forma que desde el criterio único de un máximo accionista.
La llegada de Utz Claassen, primer presidente extranjero en casi 99 años de historia del club, sirve también para abrir un paréntesis en una de las etapas más convulsas de las últimas décadas. De la gestión del alemán depende cerrarla definitivamente o ahondar todavía más en una herida que sigue abierta, y que no cicatrizará hasta que el Mallorca regrese al lugar que le corresponde: la Primera División. De momento parte desde una posición de ventaja con respecto a su antecesor: desde el primer día ejerce mando en plaza. De un plumazo ha eliminado a toda la oposición y al único que deberá rendir cuentas es al órgano de gestión de la Liga de Fútbol Profesional.
Cuatro años y medio después, el Mallorca vuelve a pertenecer a un solo propietario y pone punto final a su segunda experiencia de titularidad compartida con un epitafio casi idéntico al que sirvió como epílogo en el verano de 2005, hace casi una década, al desembarco de Vicenç Grande y el Grupo Drac como relevo de aquel Consejo de Administración plural que Mateu Alemany se sacó de la manga como alternativa a la marcha de la familia Asensio. Los acontecimientos vuelven a dejar patente que el fútbol profesional español no puede ser regido de otra forma que desde el criterio único de un máximo accionista.
La llegada de Utz Claassen, primer presidente extranjero en casi 99 años de historia del club, sirve también para abrir un paréntesis en una de las etapas más convulsas de las últimas décadas. De la gestión del alemán depende cerrarla definitivamente o ahondar todavía más en una herida que sigue abierta, y que no cicatrizará hasta que el Mallorca regrese al lugar que le corresponde: la Primera División. De momento parte desde una posición de ventaja con respecto a su antecesor: desde el primer día ejerce mando en plaza. De un plumazo ha eliminado a toda la oposición y al único que deberá rendir cuentas es al órgano de gestión de la Liga de Fútbol Profesional.
Aquellos eran momentos de vino y rosas porque Pedro Terrasa estaba fuera del Mallorca, encerrado en su despacho de Ib3, y el único punto de conflicto lo constituía la falsa acusación de la que fue objeto Pep Pons, que fue destituido como presidente en una decisión que el tiempo ha demostrado que fue muy desafortunada. Su 2,5% fue adquirido por Miquel Coca en una reunión en la que también se adjudicaron otros dos pequeños porcentajes: un 0,7% propiedad de Javier Cabotà que se quedó el propio Coca, y un 0,4% remanente de Mateu Alemany que Serra Ferrer le adjudicó a Biel Cerdà por el irrisorio precio de 9.000 euros. Nadie calculó entonces la importancia que podía llegar a tener ese 0,6%, pero lo cierto es que Serra Ferrer acababa de firmar su sentencia de muerte.
En el verano de 2011, Terrasa abandonó Ib3 dejando al canal autonómico con una deuda descomunal y le reclamó a Serra el puesto de director general (a 140.000 euros anuales) que había exigido cuando se iniciaron las negociaciones para la compra del club. Pese a ser reticente a la llegada del ejecutivo que ya había sido despedido por Vicenç Grande en 2008, porque había sido convenientemente alertado de lo que le esperaba, Serra era prisionero de su promesa y no tuvo más remedio que cumplirla. Por supuesto no tardaron en aparecer las primeras hostilidades.
En septiembre de 2011, tras la sexta jornada de Liga, Michael Laudrup abandonó el Mallorca y Terrasa, a espaldas del resto del Consejo, le pagó una indemnización muy superior a la que le correspondía. El conflicto con Serra Ferrer y el director general, que utilizó como excusa posibles irregularidades en el fichaje de Alfaro que jamás fue capaz de demostrar, empezó a adquirir tintes preocupantes. Poco después, tras el fichaje de Caparrós como sustituto del danés, la familia Nadal decidió abandonar el Consejo de Administración y, tras ofrecer en primer lugar sus acciones a Jaume Cladera, acabó vendiéndoselas a Claassen por un millón de euros. Fue la segunda gran oportunidad desperdiciada por Serra Ferrer, que pudo haberse convertido de nuevo en accionista mayoritario.
En ese momento Claassen no constituía ningún tipo de amenaza para Serra. Es más, iban de la mano hasta tal punto de que el alemán compareció públicamente junto a Jaume Cladera y al máximo accionista para criticar públicamente la política de tierra quemada que había iniciado Pedro Terrasa, directamente enfrentado con Serra en el origen de una guerra que ha perdurado durante cuatro años y medio.
Sin embargo, Claassen no tardó en cambiar de bando. Terrasa le convenció de que Serra y Cladera le habían estafado con el precio que pagó por sus acciones y el alemán inició una batalla legal que culminó en marzo de 2012 presentando una querella criminal contra el presidente y el vicepresidente que tanto el juez como la Audiencia declararían improcedente.
Fue un mes más tarde, en abril de 2012, cuando Serra Ferrer perdería su tercera y última gran oportunidad de acabar con la oposición. Javier Tebas exigió la devolución del préstamo de un millón de euros con el que había financiado la compra del 20% de acciones de Mateu Alemany, pero ni Cladera ni Serra acudieron a cubrir sus respectivos porcentajes. Sí que lo hizo en cambio Pedro Terrasa, en una operación con muchísimos claroscuros porque nunca aclaró de dónde sacó el dinero. De hecho, desde el principio se especuló con que fue el propio Utz Claassen el que le financió. Fuera como fuera, lo cierto es que pasó a convertirse en el segundo máximo accionista, con un 20%, por lo que reunía, junto al alemán, un más que apreciable 45% del total. Un 5,01% más y podrían controlar el Mallorca. El 42% de Serra era inaccesible, el 5% de Cladera también, al igual que el 2,5% de Coca, pero…¿y el 5,06% de Cerdà?
Conferido de un poder descomunal como consecuencia de un simple error de cálculo, Biel Cerdà advirtió que estaba ante una inmejorable posición de fuerza, y no dudó en ejercerla exigiéndole a Serra Ferrer la destitución de Jaume Cladera y de Miquel Coca. El plan de Cerdà era controlar todos los sectores del club salvo, aparentemente, la parcela deportiva. Y en ese dibujo las figuras de Cladera y de Coca estaban de sobra.
En noviembre de 2012 todos los personajes de la historia asumieron un dividendo pasivo de 1.400.000 euros porque, por supuesto, no era cuestión de soltar la presa. Valía demasiado. Serra y Cerdà, hasta entonces uña y carne como consecuencia de una amistad forjada durante más de dos décadas en Barcelona, empezaron a distanciarse porque la dimisión de Coca no le bastaba a Cerdà. Quería también la cabeza de Cladera.
Tras comprobar que no conseguía sus propósitos, Cerdà se alió con Terrasa y Claasen, que convocaron un Consejo con el objeto de votar la destitución del presidente, que el 24 de diciembre de 2012, en una demostración de dignidad, dio un paso al frente y presentó la dimisión para no permitir a sus enemigos regocijarse en su despido
Serra Ferrer tuvo entonces que haber apoyado a su verdadero amigo y mantenerse firme, aunque eso le costara perder el control del club, pero en vez de dar un paso atrás, consciente de que Claassen había llegado a un principio de acuerdo para comprar las acciones de Cerdà, dio un salto al vacío y sin encomendarse a ninguno de sus consejeros legales firmó un pacto de sindicación salvaje que le anulaba como directivo, como director deportivo e incluso como persona. Hundido y humillado por el descenso a Segunda División del Mallorca tras 16 temporadas consecutivas en Primera División, Serra le entregó su alma a Cerdà, que el 24 de julio de 2013, por mor de un contrato firmado en Barcelona, se convirtió, con apenas un 5,06% de acciones, en el verdadero amo y señor del club.
Nombrado nuevo presidente, no tardó en cambiarlo todo y en encomendar la gestión del club a empresas subcontratadas con muchas de las cuales él guardaba relaciones directas. Además, a través de la empresa Zinc, quiso controlar a la prensa y llegó a firmar un contrato con un medio de comunicación local que supuso a éste unos ingresos superiores a 220.000 euros, parte de los cuales tiene aún pendientes de cobro. Y todo ello, con el Mallorca obligado a hacer frente al convenio de acreedores acordado en septiembre de 2011.
Totalmente atrapado, Serra Ferrer se dio cuenta demasiado tarde de que se había metido en la boca del lobo. Pronto a Cerdà no le bastó el área de gestión y quiso controlar también la parcela deportiva. Para ello su plan era convencer a su «amigo» para que bajara al banquillo y dirigiera al equipo, convencido de que eso significaría cavar su propia fosa. El todavía máximo accionista no aceptó y se recrudecieron las hostilidades.
Enfrentados a muerte y sin ninguna posibilidad de reconciliación, Cerdà y Serra trasladaron su conflicto a los juzgados. El presidente presentó varias demandas en Barcelona por presunto incumplimiento de las cláusulas del pacto de sindicación después de que fuera relevado de su cargo de apoderado al fraguar el máximo accionista una efímera alianza con Claassen, que éste aprovechó para colocar como director general del club a su jefe de prensa particular, el también alemán Michael Blum.Era el 13 de enero de 2014. Ese mismo día también fue nombrado apoderado un empleado de Serra, Tolo Martorell, pero la decisión más importante fue su propia dimisión como director deportivo, aunque no era más que una farsa porque al frente de su antiguo departamento colocó a uno de sus hombres de confianza, Toni Prats, que consiguió sacar adelante el fichaje de Lluís Carreras como sustituto del entrenador que había comenzado la temporada, José Luis Oltra, en contra de la opinión de Claassen, que prefería a Nadal, lo que provocó un duro enfrentamiento con el alemán, que llamó a Carreras «mini Oltra».
En abril dimitió Blum como director general tras ser constantemente insultado por Cerdà en los Consejos de Administración -le llegó a decir que sólo servía para vender bicicletas- y el club entró en una etapa de indefinición que de inmediato se trasladó al terreno de juego, con el equipo en barrena yendo directo hacia el descenso a Segunda B. El 21 de mayo Prats dimitió como director deportivo y fue nombrado Olaizola como sustituto tras fracasar un última intentona por parte de Cerdà para que Serra Ferrer cogiera el timón.
El Vasco obró el milagro de cambiar la dinámica perdedora en sólo tres jornadas y el 7 de junio, el mismo día en el que el equipo se jugaba en Córdoba su permanencia en Primera División, EL MUNDO / El Día de Baleares adelantó en exclusiva que Serra Ferrer y Biel Cerdà habían llegado a un acuerdo con un grupo que encabezaba el israelí Dudú Aouate para venderle sus respectivos paquetes de acciones, que superaban el 50%, lo que otorgaba a la nueva propiedad poder absoluto.
Sin embargo Claassen reaccionó con rapidez y de algún modo llegó a un trato con Cerdà, que empezó a exigirle a Aouate modificaciones sustanciales en el acuerdo primigenio. El resultado fue que se rompieron las negociaciones y Cerdà se alió con Claassen y Terrasa, cuya primera decisión fue nombrar como director deportivo a Miquel Ángel Nadal, que fue quien dirigió la campaña de fichajes y eligió como entrenador de la primera plantilla a Miquel Soler.
La nueva alianza Cerdà-Claassen no duró demasiado. El 8 de agosto Aouate fue nombrado mánager general del club con los votos a favor de Serra Ferrer y, por supuesto, del propio Biel Cerdà, que había escenificado su penúltima acción. El día 11 el presidente y el ex portero aparecieron públicamente para confirmar que habían llegado «a un acuerdo definitivo», y 24 horas más tarde Miquel Soler fue destituido y relevado por Valery Karpin.
Aouate duró dos meses en el cargo. El 15 de septiembre Cerdà compareció públicamente para decir a los medios informativos que el israelí «había puesto al frente del equipo a un amigo suyo», y el 5 de octubre, tras un Consejo de Administración especialmente intenso, el ex portero presentó la dimisión de todos sus cargos.
A partir de ese momento todos los caminos empezaron a conducir hacia Utz Claassen, que el 18 de noviembre hizo oficial la compra de las acciones de Pedro Terrasa, que las puso a nombre de su mujer Annette, que el 27 de octubre había sido nombrada apoderada del club con el apoyo, como no, de Cerdà.
La aparición del italiano Filippo Ghirelli, que desde comienzos de verano trató en vano de comprar las acciones de Serra Ferrer y de Biel Cerdà, no fue sino una anécdota porque Claassen tenía claro cuál era su objetivo. Ghirelli y el alemán se reunieron en Roma, pero fue en vano. A estas alturas, estaba más que claro que Utz tenía un acuerdo total con Biel Cerdà, acuerdo muy posiblemente sustentado por un documento firmado en Barcelona.
Serra Ferrer trató hasta el final de que Aouate tomara su relevo como oposición e incluso le ofreció sus acciones por el valor simbólico de un euro, pero el grupo del israelí no quería invertir en un club que no pudiera controlar. Finalmente, estando totalmente derrotado, Serra Ferrer entregó las armas el pasado lunes vendiéndole sus acciones al alemán por un valor aproximado de 1,5 millones de euros. De este modo, cuatro años y dos meses después de haber adquirido el 10%, Utz Claassen acapara el 94,7% de las acciones del Mallorca. Su paciencia ha tenido premio. ¿A qué precio? El tiempo y el acuerdo con Biel Cerdà lo dirán
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