La concepción romántica del fútbol implica, por definición, el rechazo de las nuevas tecnologías, de su aplicación práctica. Es decir, no se concibe que una máquina ayude al hombre a decidir. Lo romántico cobra vida con la polémica, la duda, la discordia, y, por tanto, la injusticia permanece como un fenómeno natural. No quiero decir que la introducción de la tecnología sea la panacea de este deporte; no vendría —ni mucho menos— a curar todos sus males. Pero es un recurso que reduciría considerablemente el número de errores arbitrales.
Me viene a la mente el partido entre el Atlético de Madrid y el Valencia, en el que Pérez Burrull la lió, literalmente. Eso sí, después de cometer un error garrafal al no señalar al instante un penalti clamoroso de Marchena por ‘rebañar’ el balón con la mano, consultó con el cuarto árbitro y rectificó, previa presión local. Acertó al señalar penalti, y sin embargo le reprocharon que consultara con su ‘ayudante’ y cambiara de opinión sin pruebas del delito. Es más, acabó en la famosa nevera. Pues bien, si el colegiado hubiese podido consultar un monitor, ante la evidencia de los hechos, su enmienda no habría quedado en entredicho.
Por lo general, el romántico es también seguidor de un equipo; por ello, todo queda reducido a la mínima expresión: habría que ver si la tecnología favorece o perjudica a ‘sus intereses’. Hablamos de favores y perjuicios, cuando en realidad la máquina en cuestión llegaría para hacer justicia, sin más. Está el monitor de que hablamos, que, creo, sería el mejor ayudante posible. Lo que ocurre es que implica una demora en el juego (Gómez López y Botella Ausina, 2004, p.94) y provoca otro debate: ¿para la toma de qué decisiones habría que echar mano de unas imágenes grabadas?
Si en cada acción polémica hubiese que detener el juego y esperar la decisión de un asistente sentado frente a unos monitores, sencillamente, no habría partidos. Por lo tanto, partimos de la base de que este recurso se debe usar, no ya en acciones controvertidas, sino exclusivamente para resolver jugadas muy concretas, ésas que generen dudas a la hora de señalar un penalti o de anular o conceder un gol. En esto último entra el fuera de juego, sencillamente incontrolable, prácticamente ‘inarbitrable’ si no es de golpe y porrazo; la regla que provoca los errores de apreciación más graves. Es decir, para introducir justicia en cada acción habría poco menos que ‘reinventar’ el juego; pero no es de eso de lo que aquí hablo.
Trabajan ya sobre un sistema informático como el del ‘Ojo de Halcón’ en el tenis, pero aplicado al fútbol. Incluso en un balón ‘inteligente’ que cambia de color. Serviría para indicar si la pelota ha traspasado o no la línea de gol, la más importante. Sin embargo, esta tecnología actuaría sobre un punto que no por trascendental es el que más controversias origina: apenas hay casos de goles-fantasma, aunque los que se dan no puedan ser menos que muy polémicos. Con respecto al fuera de juego, Javier Garrigues Mateo inventó en 1999 un sistema que quedó en una probatura (Gómez López y Botella Ausina, 2004, p.93); una conexión de señales entre el silbato y el banderín: el árbitro se encarga de controlar el pase y el linier, la línea de fuera de juego. La conclusión: éxito de apreciación, pero demora en la toma de decisiones.
Pese a lo que pueda parecer, más poder al árbitro
Por todo, considero que el recurso más fiable es el monitor. Volvamos a la jugada polémica del Atlético-Valencia. Puesto que al final se perdió tiempo en la consulta entre el árbitro y su asistente (el cuarto árbitro en este caso), es mejor que la decisión final quede mediada por un alto grado de fiabilidad; ese que sólo una imagen repetida concede. No se trata de restar poder al árbitro para otorgarle el mando a una máquina, sino de que las decisiones sean más justas. Y que no se preocupen los románticos, que aquí tienen debate y polémica para rato. Que conste, también yo me considero un romántico, y un nostálgico.
Hay algo más. En este afán por reducir el número de errores humanos, se están realizando pruebas con los árbitros de área, lo cual es ilógico. Cuantas más personas, más probabilidades de error humano. Porque no hablamos sólo de que diez ojos vean más que seis, sino también de que con tanto ojo puede quedar distorsionado el campo de visión. Como así fue en el Galatasaray-Atlético: delante del árbitro de área, Perea comete un penalti claro, como el de Marchena, pero este ayudante no apreció nada extraño en la jugada. En definitiva, un error con consecuencias importantes, puesto que al conjunto turco le hubiese bastado un gol para pasar de ronda. El árbitro de área, como humano que es y ante la rapidez de las acciones, se equivoca tanto como el principal. Por más que su parcela sea muy reducida.
Dejo claro, pues, que apuesto por la tecnología; por la más ‘simple’ tecnología, sin extravagancias. ¿Acaso tanto árbitro en el campo no desvirtúa el fútbol? Pongamos, el cuarto árbitro (a veces, sexto), en lugar de para incordiar a los entrenadores, vigilante, atento, expectante ante un buen par de monitores. Que hay un fuera de juego dudoso que el árbitro no pita y la jugada acaba en gol, pinganillo que te crió: el asistente comunica y el árbitro decide. Claro, con esto se corre el peligro de que cada acción sea protestada hasta la saciedad, de que los futbolistas lo den todo en la búsqueda de una revisión inmediata. Pero, ¿cuánto tardan en ofrecer una repetición? Prácticamente nada. Lo mismo que se pierde consultando al linier o aguantando la persecución de los jugadores. Sería una forma también de acabar con el ‘rearbitraje’ en los despachos. Por lo tanto, no se le quita poder al árbitro, sino todo lo contrario.
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